XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


A PORTA GAYOLA

Vicente Guinot Viciano

Cuatro años de matador. Nueve orejas. ¿Me olvidaron? San Fermines, maridaje de pueblo y fiesta. Chupinazo, gentío, encierro, vino y diversión a borbotones.
Un primer figura se cae del cartel. Teléfono,¡bravo!, voy. Simbiosis de ilusión miedo y desafío. Faltan tres días. Tranquilo, me digo. Hotel cinco estrellas. Oleadas multitudinarias invadiendo calles y plazas. Increíble, alucinante, inolvidable. Última noche. Me duermo con el segundo cántico del encierro. Limpio, rápido, peligroso.
En capilla con la virgen de La Soledad. Paseíllo simulando altanería y desparpajo. Tendidos repletos, charangas, botas de vino, pañuelo y faja rojos sobre indumentaria blanca. ¡Ojalá estuviera en la grada!
Clarín. El pánico me paraliza cuerpo y mente. Una fuerza interior y desconocida me impulsa al ruedo. Las suertes se encadenan. La algarabía del coso aumenta. Me perfilo, silencio solemne, estocada hasta la cruz y oreja. Afuera y ajena a mí, la «otra» fiesta también continúa. ¿Sigo envidiándoles?

Me «despierto» en volandas por la puerta grande. ¡Torero, torero! Alguien me arrebata una manoletina. Siento alivio. ¿Cómo estuve con mi segundo? ¡Soberbio, maestro! ¡A porta gayola, lo recibisteis a porta gayola! Gracias, muchacho.
Desde mi posición inestable atisbo las charangas siendo engullidas por un enjambre humano.Apenas les envidio. Ya son once orejas. 

MUXU CABRÍO

Laura Baleztena Pérez

Cada San Fermín, en un marco de loca algarabía, la Garbosa celebraba con sus compañeras la llegada de los extranjeros salvajes. Corpulenta e imponente pero de mirada dulce, fijó sus ojos en el Jandilla mientras se relamía los morros.

Él sabía que ella lo miraba. Nervioso, inclinó la cabeza hacia el pecho con cierto disimulo. Su sospecha se confirmó: apestaba. El eterno trayecto hasta Pamplona los había dejado para el arrastre.

Ella se acercó esquivando al resto de bravucones. El Jandi metió tripa. Testa contra testa, se vieron sorprendidos por la inoportunidad del momento: ¡PUM! Un estallido los llamó al orden.

Él empezó a correr la peor carrera de su vida: apenas un pañuelico arrancado en un asta, ligeros arañazos con sangre en la otra, abucheos del tendido.

Ella entró en la plaza minutos después. Sabiéndose estudiada desde las rendijas del burladero contoneó sus caderas por todo el ruedo hasta que el pastor, desesperado, consiguió devolverla a corrales.

Él juró ganarse esa tarde a la afición y conseguir el indulto. Sabía dónde encontrarla, y regresó al sonido de su dulce cencerro.