X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DOS NOCHES MÁGICAS

Alfonso García De Cortázar Ruiz De Aguirre

Dos noches mágicas separadas seis meses, una en enero, la otra en julio. La primera nos encuentra en la cama, protegidos del frío, divagando y soñando en un universo de fantasía sin poder centrar el pensamiento en algo concreto, sólo en una imagen difuminada de la ilusión. La segunda nos sorprende, con las ventanas abiertas para refrescar el calor acumulado en la casa, preparando la ropa que nos pondremos por la mañana, blanca y pañuelo rojo, mientras comenzamos a sentir un creciente hormigueo imposible de sofocar. Tratando de calmarnos nos entretenemos con cosas banales, algo de televisión, algo de orden en el salón por si viniera alguna visita durante la semana y volvemos a reconfirmar por enésima vez las citas que ya teníamos concertadas para los próximos días. Desearíamos que la noche fuera corta, muy corta, y que ya fuera de día, que ya fuera el momento. Cuando nos acostamos nos cuesta una eternidad dormir. No es por el calor.

Dos noches mágicas separadas seis meses, una en enero, la otra en julio. Las dos el día 5. La ilusión y la fiesta estallan al día siguiente.
 

OTRO AÑO MÁS

Sergio Navarlaz Zaro

Pasos que se me hacen familiares se acercan hasta donde me encuentro escondido. Año tras año estos pasos me buscan de manera ritual, y año tras año la emoción me llena como si fuese la primera vez. Me sacan de la que por un año fue mi casa para atarme a la muñeca y salir a la calle, donde la música suena y la gente lleva también a mis hermanos atados a diferentes manos. La hora se acerca y la marea blanca se agita con sentimientos de nervios y pasión entremezclados.
Llegan las doce. Es mi momento.
Momento en el que me alzan, y cubrimos la brisa de un manto rojo. Me envuelve un estado de embriaguez y al grito de “¡Viva San Fermín!” me atan alrededor del cuello, mi nuevo hogar los próximos siete días. Una semana que -entre gigantes, peñas, encierros, música y risas- se hace efímera. Pero tras esta experiencia, y arropado por el lamento del “Pobre de mí”, me vuelven a alzar para despedirme, y saboreo por última vez la brisa veraniega de julio antes de volver al mismo cajón de siempre. Los pasos se alejan, y yo sueño despierto con su próxima visita el siguiente seis de julio. 

CAMBIO

Miriam Torija Heras

Seis de julio. Estalla la fiesta. Un pergamino alargado de gigantescas dimensiones sustituye el asfalto y los adoquines de todo el caso viejo, donde con cada paso y cada baile se irán sucediendo las mejores historias del año.
Las calles parecen estrecharse a la mitad de su tamaño y se vuelven prolongadas y lentas. Muy muy lentas. Fachadas ajustadas y coloridas deben combinar ahora con una marea blanca y roja que lo inunda todo.
Llegó el fin de las mañanas en calma, paseos solitarios y noches silenciosas. Conciertos, charangas, cantos improvisados y melodías que salen de cientos de locales diferentes se imponen en la vieja Iruña.
El ritmo de la ciudad cambia. El amanecer llega demasiado pronto y el sol se esconde con excesiva rapidez. De madrugada un cielo cerúleo intensifica el naranja de los faroles que protagonizan un magnífico reflejo en el agua de las calles recién lavadas.
Constantes ríos de gente procedentes de todos los rincones añaden aún más encanto al cambio que experimenta la ciudad.