X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DESBLOQUEO EN SAN FERMÍN

Roberto Alsasua Santos

Estaba allí casi por obligación, las letras de las canciones pasaban como si nunca las hubiera escuchado, la cerveza corría como sin alcohol y el pañuelo rojo, que sustituía al que dije que me había olvidado, mantenía los dobleces del porsiacaso todavía marcados.
La vi entre la gente, disimulé. Volví a mirar para asegurarme, a menudo creía verla sin ser ella. Pero sí, era ella, sonriente, feliz. Me di la vuelta escondiéndome, librándola de mis bajones.
De repente alguien me gira, su cara cerca, una canción gritada. Las letras me fluyen en gritos desafinados cara a cara, los efectos de la cerveza hacen clic, el pañuelo suda y se arruga. Una conga sin sentido, a paso cambiado del tipo de música, nos arrastra. No hablamos nada, solo cantamos, bebemos, reímos, saltamos, cuando alguien la coge de la mano y señala hacia donde van sus demás, se encoge de hombros y me sonríe un adiós con la mano. Pienso, que raro tantas horas en un mismo bar. El tiempo siempre tan relativo.
Desperté, las sienes retumbaban, los remedios caseros ya no funcionaban. Miré el móvil, la hora daba igual. Solo un nombre, siempre el primero, un nombre solo… sin la foto de wasap.
 

CADA DÍA, DE BLANCO Y ROJO

Natxo Gutiérrez Juarros

Cada día, al amanecer rotulado en rojo, vestía de blanco. Y como cada día, el primer cohete aceleraba su ritmo cardíaco. Atenazado por el cosquilleo reconocido cada año, no tenía más ojos que para la carrera de desenfreno que se desplegaba ante sí. Un trompicón, el espanto dibujado en el anonimato de almas atrapadas por la misma suerte, y una punzada en el estómago. El quejido amargo como acto reflejo de una herida abierta en un cuerpo querido. Tarde la de ayer bien celebrada -pensó- en la fidelidad de los amigos reconocidos desde niños, que une una fiesta sin igual, tan popular como particular. Con un nudo en la garganta por el pañuelo apretado y el temor a confirmar su mal presagio, se abrieron las puertas del Hospital, donde viste de blanco y durante nueve días, también de rojo. Una mirada de súplica; un apretón de manos y la suerte deseada para volver a celebrar juntos los Sanfermines, de blanco y rojo. La piel de la verdadera amistad.  

MI ÚLTIMA IDENTIDAD

Ana González Rey

Estaba en peligro mi verdadera identidad, esa que permanecía en el olvido. Tanto tiempo fingiendo ser diferentes personas, para no ser descubierto, para que mi vida no peligrara y continuar haciendo mi trabajo. Sabía que no era un trabajo “moralmente correcto”, pero no conocía otra cosa. Ser asesino a sueldo formaba parte de mí no sabría definir desde cuándo.
Tuve que camelarme a una bella mujer para después arrebatarle la vida. Cuando llegó el momento, no pude, me enamoré.
Intenté escapar, pero no era fácil hacerlo de gente con tanto poder. Me localizaron y me concedieron un último deseo.
Me llevaron a aquella preciosa ciudad, dónde ya se percibía el olor a toro, la gente ya vestía de rojo y blanco, los más pequeños escapaban de los kilikis… Pamplona, dónde celebraban los San Fermines.
Viví el chupinazo, vi a los gigantes girar, las peñas animando la fiesta, comí el almuerzo, disfruté de un cielo iluminado por los fuegos artificiales…
Llegaba mi final, y con el pañuelico rojo agarrado en un puño, pegado al corazón, crucé la línea con una felicidad plena. Por fin, tras tantos años, pude volver a mi tierra y vivir esas fiestas que fueron tan mágicas como me las había imaginado.