VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA DUDA METÓDICA O EL TRAPÍO

Jose Luis Del Pozo León

Dicen las crónicas de principios del diecinueve que los carniceros del Mercado de Santo Domingo fuimos los primeros en saltarnos los bandos que prohibían correr delante de los toros. Desde entonces, unos cuantos días al año, cuando paseo por la Estafeta, me ocurre que no sé si soy un hombre o un astado. Son ochocientos cuarenta y nueve metros de dudas y titubeos que me obligan a parar un momento en medio de la multitud y ver qué pasa. Suelo ver reflejado mi trapío en las gafas de sol de algún corredor. La mayoría de las veces me veo negro zaino, arrogante, de testuz ancha y bamboleando un cuerpo musculoso. Otras me veo jabonero, con la pelambrera rizada y lechosa, alto de agujas, con el tronco aleonado y corniapretado. Algún día me he visto salinero, con la penca bien alta y acabada por debajo de los corvejones en una borla roja y bien poblada. Pero cuando realmente disfruto es cuando me veo colorado, encastado, con extremidades cortas, vientre recogido, morrillo poderoso y astigordo. Entonces sí que me gusto. El caso es que después de mirarme y remirarme, como he dicho, y solo para salir de dudas, me paro y espero a ver qué pasa.

 

DULCE CENCERRO

Laura Baleztena

Cada San Fermín, en un marco de loca algarabía, cánticos, baile y euforia, ella celebraba con sus compañeras la llegada de los extranjeros salvajes. Mirando a este curioso ejemplar, mitad arrogante mitad tímido, entró a matar guiñándole un ojo.

Él sabía que ella lo miraba. Nervioso, inclinó la cabeza hacia su pecho con cierto disimulo. Confirmó su sospecha: apestaba a animal. El eterno trayecto hasta Pamplona los había dejado para el arrastre; pero se dejó guiar por su genética y abandonó la barrera guiñando su ojo izquierdo, el derecho abierto, amedrentado.

Ella sonrió ante esa valentía aparente y aplaudió su avance. Se acercó esquivando al resto de bravucones. Morro contra morro, se vieron sorprendidos por la inoportunidad: ¡PUM! Un estallido los llamó al orden.

Él empezó a correr la peor carrera de su vida: apenas un pañuelico arrancado en un asta, ligeros arañazos con sangre en la otra, abucheos del tendido.

Ella entró en la plaza minutos después; sabiéndose estudiada desde las rendijas del burladero contoneó sus caderas por todo el ruedo hasta que el pastor, desesperado, consiguió devolverla a corrales.

Él juró ganarse esa tarde a la afición y conseguir el indulto. Sabía dónde encontrarla, y regresó al sonido de su dulce cencerro.
 

DESDE EL PALCO

Julian Charro Eguren

¿Tú también lo escuchas?

Por un momento creí que te volvería a ver este año. Que volveríamos a ver entrar la manada en la plaza desde el balcón, mientras el sol nos da los buenos días y los churros nos aplacan el estómago.

Me temo que no va a ser así. Me tengo que quedar aquí, lejos de casa. La vida me está llevando por muchos lugares y, ¿te lo puedes creer?, en todos ellos me dicen que sus fiestas son las mejores. Pobres, no saben lo que tenemos nosotros.

En realidad, tú tampoco vas a estar aquí, ya te fuiste hace un tiempo.
La abuela está bien, viejica, pero muy cuidada. Juan sigue en el bar, le va fenomenal, y ya tiene todo listo para cuando suene el cohete y venga la muchedumbre. Me dijo que te guardaría el pincho de tortilla por si te quieres pasar a la noche, cuando nadie te vea.

Bueno, ahora te tengo que dejar, que van a dar las doce. No hace falta que pongas a grabar los encierros, ya sabes que con esto de Internet los podré ver mil veces. Aunque estoy seguro que desde tu palco privado los disfrutarás mucho más.

¿Tú también lo escuchas?