VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


CABALLITOS

Miguel ángel Peñuelas Ayllón

Llevo el periódico enrollado y no puedo quitarme el runrún: “Entzun arren San Fermin”. Me invaden relámpagos de recuerdos, mis padres, lejos, callados del pasado. Ahora me toca agarrar estos piececitos del txiqui que me espolea el pecho, nervioso al ver acercarse los zaldikos. Entre risotadas me dice que nos arrean abuelo, que nos zurran con la vejiga. Cuidado le aviso, por allí se acercan Caravinagre y Berrugón; detrás, tiesos como faros, los reyes al son de gaiteros, chistularis y tamborreros. Una algarabía con restos de chocolatada en sus rostros corren como hormigas alrededor de los cabezudos.
Otras manos más tímidas se agarran a mi fajín. Es Ahmad abstraído por los caballitos de cartón, como si volviera a su Damasco; mas estos son caballos mitad hombres, mitad cartón, y los griteríos, aquí alegres, se mezclan en su cabecita con aquellos angustiosos en la noche mojados sobre la barcaza en mitad del Mediterráneo. Aprieta temeroso la mano a su hermana Aanisa que, hipnotizada por la reina, la persigue a pasitos cortos.
Bajo a Aitor, y entre el río de gente los cuatro navegamos por la Calle Estafeta. Es hora de comer en el albergue de acogida y la amama seguro que anda ya algo inquieta. 

RUIDOS

Gabriel González Ortiz

La mujer ciega del segundo piso se asomó a la Estafeta con el tercer cohete. Se notaba que era lunes, porque las zancadillas de los mozos destacaban sobre el espeso murmullo del miedo. ¡Buuun! Ya habían chocado contra la curva. La gran ola de gritos y cencerros se acercaba. La mujer apretó los ojos y no tardó en distinguirlo. Había desarrollado una increíble habilidad para detectar, entre todo el amasijo de ruidos, el fino tintineo de los dos anillos que colgaban del cuello de su hijo. Lo escuchó llegar por su oído derecho, y en nada ya se alejaba por el izquierdo. Los anillos chocaban cada vez más rápido, como agobiados. Había cogido toro. Enseguida bajaría la cadencia, se apartaría de la manada, volvería con churros. Pero esta vez los anillos desaparecieron del radar, engullidos por un repentino chillido coral. Ni rastro. Apretó más los ojos. Nada. Y estalló el silencio, como si toda la Estafeta, incluida ella misma, se hubiera sumergido bajo el agua. Solo escuchaba su corazón, pezuñas galopando contra el pecho.

Un cohete, la tele detrás, dos sirenas al fondo. La mujer resintonizó sus oídos. Un anillo rodaba por el adoquín mientras otro tamborileaba sobre una alcantarilla. Luego llamarían al timbre. 

LA FUERZA DE LOS SENTIMIENTOS

Isabel Garcia Viñao

Acciona el mando de la televisión con sus dedos torpes. Televisan el primer día de encierro y no quiere perderse ninguno. Ver las imágenes le acercaran sus años dorados; los años en los que él corría delante de los toros con los sentimientos encendidos, con la gallardía de sentir los cuernos del toro rozando su trasero, con la buena conciencia por el compañerismo en el caso de que un astado pusiese en peligro la vida de otro corredor, con la magia indescriptible de ver año tras año su sueños cumplidos ganando algunos segundos al tiempo en el recorrido…
Pero, ahora, sus pies se han negado a seguir caminando. Ahora, sus pies corren delante de los toros con las imágenes de los recuerdos. Ahora, sus pies reviven con la nostalgia, con una añoranza que lo llena de vida y de brío. Por ello, ahora, sus pies milagrosamente se han movido por la emoción.
Toc, toc, toc — Llaman a la puerta de su habitación.
—Adelante —Entra una enfermera del Hospital Virgen del Camino. No una enfermera cualquiera, sino la ATS más querida, su nieta.
—Hoy, abuelo, te anudo en el cuello este pañuelo rojo.