VII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA SONRISA DEL SANTO

Jesús Andrés Pico Rebollo

Chema apenas abandonaba Rochapea donde residía. Andaba de aquí para allá, por las terrazas de los bares, por los Corralillos del Gas, por los puentes o el Monasterio Viejo, como un caballero medieval sobre su silla de ruedas. Si tenía algún turista a mano le relataba las excelencias de aquel barrio egregio de Pamplona o cómo le empitonó un toro en la Cuesta de Mercaderes apartándole para siempre de la pràctica del encierro. Yo sabía que esto último era mentira, que fue un estúpido accidente de tráfico, pero callaba o reforzaba su historia, según me diera, que bastante tenía ya con lo suyo y más aún tras diagnosticarle el maldito cáncer.
Cuando milagrosamente comenzó a andar alguien aventuró que era debido a efectos secundarios de la quimioterapia mientras el tumor le iba arrebatando la vida. Yo presentí en ello la mano portentosa de San Fermín y lo confirmé el día que volvió a correr el encierro como si jamás hubiera estado impedido, entró en la plaza, se dirigió al centro del ruedo con una expresión celestial que nunca le había visto y se desplomó inerte mientras los astados pasaban a su lado y el santo sonreía en su hornacina. 

LÁGRIMAS NEGRAS POR MENDRUGO.

José Luis Simón Soler

Un año más San Fermín. Un año más las emociones caen libres, sin compasión, rozando mi rostro, regándolo, humedeciéndolo, sin mi permiso, corren libremente desde el alma, atravesando el cuerpo y despojándose por los ojos hacia el suelo. Son mis lágrimas, mis negras lágrimas, que un año más vuelven para recordarme, la tensión, la emoción y los nervios de un instante previo, interminablemente fugaz, plagado de sensaciones, perpetuas, como el resbaladizo adoquinado por la lluvia que aún se huele antes de que se haga la luz, el estruendoso silencioso de miles arrugados periódicos una y otra vez, el roce continuo de desconocidos que se alientan, te espolean y animas en lenguas desconocidas pero sabidas y el continuo mirar al cielo de miles de ojos, suplicantes de protección al patrón, a San Fermín, y todo ello siempre rodeado de risas, gritos e incluso débiles gemidos de agradecimiento. Unas negras lágrimas que vuelven a recordarme que nada es eterno, que todo cambia, y por culpa de mi imprudencia, por ser un gallito sin cresta, ahora me veo en silla de ruedas, parapléjico, desgraciadamente corneado por Mendrugo, por beber y correr, antagonistas de la fiesta, si tan sólo hubiera escuchado, ahora no recordaría, sino viviría. 

¿QUE HAY DE LEYENDA Y DE REALIDAD PROYECTADA?

Elisa Gutierrez Garcia

Cuentan que en torno al 1600, el reino de Navarra ya formaba parte de la corona de Castilla. Los moros y judíos habían sido expulsados, los indios americanos eran traídos como esclavos, los los turcos pirateaban en el Mediterráneo y los reyes españoles se enfrentaban con todos. En Pamplona celebraban sus ferias con encierros y corridas de toros. Con ánimo antibelicoso, dialogante y con la anuencia de Felipe III, el regente de Navarra invito a los reyes, emires y jefecillos de todos los continentes a participar en las fiestas. La convocatoria fue un éxito, acudieron con su séquito cargados de regalos. El rey de España no se presentó. El pueblo navarro supo agasajarlos y compensar su ausencia. El regente, repitió cada año la invitación, ellos siguieron viniendo, el rey no. Cuando dejaron de venir y las fiestas no fueron igual. En 1657 el Consejo Municipal encargo a D. Francisco de Azpigalla la construcción de unos gigantes que representaran a estos reyes y a su séquito: unos hombres a caballo (Zaldikos), unos porteadores de obsequios (Kilikis) y unos gaiteros que anunciaban su presencia. Los cabezudos representarían la tenacidad de los navarros . ¿Que hay de leyenda y que de realidad?