VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


PEQUEÑA MUERTE

Manuel Mérida Ordás

El nudo del paňuelo le apretaba demasiado, las zapatillas nuevas le hacían daňo, y acababa de acordarse, unos segundos antes de echar a correr, de una conversación.
Una golondrina atravesaba el cielo a baja altura zigzagueando entre el sonido y la muchedumbre, el inicio del verano soplaba una agradable brisa que la balanceaba, y Marco volvió a mirar a su hermana que seguía hablándole:
– No lo entiendo- le decía-, con lo bien que lo pasamos en estas fiestas.
– Pero no me va a pasar nada.
– No me gusta que corras, lo paso mal. No entiendo que signifique tanto para ti.
– En francés llaman petit mort a…
– A… Me tienes muy nerviosa Marco.
– Al orgasmo de algunas mujeres, solo unas pocas, que pierden la consciencia unos segundos por el placer…
– ¡Pero qué puňetas me estás contando!
– Creo que es lo más cerca que puedo estar de algo así, lo que siento cuando corro delante de los toros cada 7 de julio es algo increíble para mí, casi una pequeña muerte y después poder seguir vivo.
Y echó a correr y el miedo no pudo seguirle ni siquiera unos pocos metros.

UNA ILUSIÓN GIGANTE

Mario Giménez

“No te sueltes de mi mano”. Mi padre me repetía esa frase insistentemente. Estaba cansado. Daba la impresión de que no le apetecía estar allí, de pie, aguantando empujones y pisotones. Pero me lo había prometido.

Días antes de san fermín, me había echado a llorar desolado por no conocer aún a los gigantes. Apiadados, mis padres pospusieron unos días su sagrada escapada a la costa mediterránea, aunque aquel propósito no empezó con buen pie…“ Vamos tarde”, se quejaba mi madre. “Va a ser imposible ver nada. Encima hoy, el día de la procesión!” “No será para tanto”, replicaba mi padre.

Pero lo fue. Nos costó horrores atravesar una inmensa marea popular blanquirroja… y los encontré. Los ocho reyes. Me esperaban firmes y solemnes, pero quietos y rígidos, hasta que empezó a sonar un “pumpurrumpum”, al que se sumaron más y más notas. Se elevaron uno a uno hasta el cielo, comenzaron a contonearse mágicamente, explosionaron sus ropajes al viento y, finalmente, vinieron miles y miles de vueltas imposibles.

Algo inesperado rompió mi ensimismamiento. Era la mano de mi padre. Me apretaba muy fuerte. Al mirarle el rostro, aprecié que padre e hijo compartíamos la misma expresión de ingenuidad e ilusión. Una ilusión gigante.

SUENA A SAN FERMÍN

Maria Jose Irigoyen Del Castillo

Seis de Julio. Me preparo ante el espejo, como manda el pasodoble. ¡No me falta detalle!. Blanco y rojo, el pañuelo anudado a la muñeca y la carcasa del implante coclear a juego.
La plaza del Ayuntamiento me espera. El mundo suena a mi alrededor: canciones, champán, risas……La música suena dentro de mi cabeza.
Ya son las 12.00, estalla el esperado chupinazo. Todos los sonidos se apresuran a entrar de golpe, en mi oìdo recién estrenado. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas. Mi corazón late con fuerza.
A mi lado, un anciano de barba blanca me pegunta con acento americano:
-¿Es la primera vez que viene a San Fermín?
-No….., pero es la primera vez que puedo oirlo – le respondo emocionada.
Cuando intento salir de la plaza, el anciano ha desaparecido. Sorprendida veo un ejemplar de «Fiesta» entre mis manos. Lo miro. Desde la contraportada Hemingway, me guiña un ojo.