VI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


DESEO SECRETO

Pedro Nel Niño Mogollón

Suspiraba en silencio y apretaba la mano de su pareja mientras contemplaba la perfecta redondez en las caderas del torero en la corrida de la tarde en la Plaza de San Fermín.

LA CARA DE LA CRUZ

Javier Casado Mayayo

«Ha merecido la pena», piensa al llegar al hospital. Pese a la caída y los pisotones. Pese a la costilla rota y a los moratones. Su pelo negro apareciendo a su lado, el cruce de miradas paralizándole y desbocándole el corazón al mismo tiempo. El contacto cálido de su piel momentos antes de pincharle el brazo, de revolucionarle el pulso, de hacerle entrar en shock. De perder el habla y el sentido, de verse pequeño y vulnerable, desnudo aun con camisa blanca, pañuelo y pantalón.

Si bien ha corrido el encierro, ni siquiera ha visto un toro, y a ella la ha perdido al entrar en la ambulancia. No ha dejado de preguntar su nombre en todo el viaje, pero nadie sabe cómo se llama la chica de la Cruz Roja que le ha puesto la vía. Tan sólo que la apodan «flamencona» y que este año ha acabado Enfermería. En la radio, entre el ulular de la sirena, suena de fondo el tema del día: «era un 7 de julio cuando la vi, me quemaron sus ojos como el carbón, y sentí por mis venas un San Fermín, con los siete toritos de la pasión».

LA CUENTA

Marta Cristina Fusté Padrós

Cada año cantaba lo mismo: “¡1 de enero, 2 de Febrero, 3…” y la cuenta seguía hasta: “… 7 de Julio es San Fermín!”…y mirándome completaba:
-¡a Pamplona hemos de ir… juntas, mi niña!-
Cuando tuve suficiente estatura para asomarme al Wincofón, descubrí que esa música con “zetas” y fondo de huevo frito, salía del vinilo de folk español.
Ella decía que San Fermín era un santo de Navarra al que rezaba cantando para poder volver a su Pamplona. Mi abuela había escapado de la guerra, y fue otra inmigrante de Argentina, atacada de melancólica crónica.
Su canción se apagó antes de tiempo. En la sucesión había algo para mí: el viejo Winco y su disco de vinilo con una carta dentro que decía: “Mi niña, la muerte me arrebata mi sueño… por eso tú debes cumplirlo por mí. El dinero que dejo alcanzará para viajar a la Fiesta de San Fermín… ¡Rézale cantando!. Los números de la canción son la clave de mi cuenta bancaria”.
Y de tanto rezarle al santo, un 7 de julio me encontré cantando entre la muchedumbre de Sanfermines. Supe que estábamos juntas, cuando una estampida transformó el cielo de Pamplona en blanco y rojo.