Más relatos finalistas (clasificados del 4º al 6º)


4º clasificado: «Fiesta» de Plácido Romero Sanjuán

Siempre quise que mi hijo leyera. Le regalé los libros que realmente me habían gustado a mí. Stephen Crane, Edith Wharton, Scott Fitzgerald, John Steinbeck, Dashiell Hammett, Isak Dinesen, J. D. Salinger, Harper Lee. Grandes autores. Eso sí, jamás le regalé ningún libro de Faulkner; ese escritor me parece ampuloso, hueco, insoportable. Desde luego, también le fui dando a leer las grandes novelas de Hemingway: Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas, Fiesta. Algo que no paro de lamentar desde que recibí aquella llamada desde Pamplona.

5º clasificado: «De mano en mano» de Roberto San Martín San Julián

El chupete. Aquel que un día se llevó un gigante. Sanfermines de silleta. Atascos por las calles siguiendo a la comparsa. El teléfono escrito en mi antebrazo. ¡A las barracas! Los caballitos, el tren de la bruja. Un algodón de azúcar que me ensucia la cara. Las toallitas de mi madre. Un globo. La verga del kiliki. El zaldiko. Corriendo en el torico aúpa de mi padre. Bombetas. La ficha naranja para los autos de choque. Revolution. La paga de mi abuela que vuela de mis manos. Amigos y libertad. El champán para tirar. Esa riñonera donde cabe todo lo que necesito. El móvil viejo por si lo pierdo. Los primeros cachis, algún que otro cigarrillo. Las gafas compradas a un mantero. Los churros de la Mañueta al volver a casa. Los cubos de la plaza y esa bota llena de mezclas imposibles. La pancarta de la peña. Mi novia. El periódico enrollado corriendo por la Estafeta. El almuerzo. Mi mujer. Una tarde de paseo y un bocata en el bosquecillo. Las casas regionales. Las lágrimas de mi hijo asustado por los fuegos. El vermú. El frito empapando de aceite su servilleta. ¡Hija, ten cuidado! De nuevo el chupete colgado de un gigante.

6º clasificado: «Desconocido» de Pablo Valdés Sánchez

Lo he vuelto a hacer: estoy durmiendo con un desconocido. Otro más. Fuerte, joven. Como siempre. Tampoco esta vez me atreveré a contarle nada. Sí, son sanfermines, es lo normal, de acuerdo. Él se ha quedado dormido y respira tranquilo, a pesar de los gritos y el estruendo de las peñas. Tengo ganas de despertarlo, de decirle la verdad. Pero no lo haré. Como siempre. Le dejaré dormir un poco más y le daré los buenos días con mimos y arrumacos. ¿De qué serviría advertirle del peligro? Tiene que correr, está en Pamplona, aunque no sepa nada ni haya oído hablar siquiera de la resbaladiza curva de Mercaderes. No, no le diré nada.  Aunque sé que nunca pasaremos otra noche juntos, le acompañaré en silencio hasta la plaza de toros y me iré sin despedirme. Como hago siempre. Como hacemos todos los cabestros cada mañana a las ocho.