IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


7 DE JULIO, SAN FERMÍN

Ana Rosa Montalvo Mena

Se oyen los alegres sones previos al chupinazo en la plaza Consistorial, queda poco para las doce del mediodía del 6 de julio:

Uno de enero,
dos de febrero,
tres de marzo,
cuatro de abril,
cinco de mayo,
seis de junio,
siete de julio, san Fermín.

A Pamplona hemos de ir,
con una media,
con una media,
a Pamplona hemos de ir
con una media y un calcetín.

Al día siguiente, a las 10 de la mañana, la imagen de san Fermín sale en procesión por las calles de la ciudad mientras la banda “La Pamplonesa” interpreta diversas marchas. Se encamina a la Misa solemne en la Capilla de San Fermín.

Tras una semana de festejos, actividades infantiles, encierros, verbenas, conciertos, bertsolaris… se cierran las fiestas a medianoche del 14 de julio con la proclamación del alcalde: «¡Viva san Fermín! Gora san Fermin!… ¡Pobre de mí, pobre de mí, que se han acabado las fiestas de san Fermín!». El cántico es repetido por las mozas y los mozos respaldados por la banda de música que concluye tocando el “Uno de enero…”. Una traca de fuegos artificiales es lanzada desde la contigua plaza de Burgos. Comienza la cuenta atrás hasta el siguiente 7 de julio.

 

LOS 5 ÚLTIMOS SEGUNDOS

Trinidad Lucea Ferrerr

Mis pulmones se han bloqueado. El oxígeno no llega a la sangre e intento retener el poco aire que acumula mi organismo. El ritmo cardíaco se incrementa de forma exponencial y las pulsaciones se han disparado de forma vertiginosa. Gotas de sudor se precipitan en caída libre por mi piel. Tengo las manos húmedas. Las pupilas dilatadas. Un leve temblor sacude mi cuerpo y le siguen varias réplicas. Palpitaciones. El corazón va demasiado veloz. Demasiado deprisa. Desbocado. No puedo detenerlo y siento cada latido retumbar dentro de mí como un trueno. Uno tras otro me arrastran hasta mi último segundo sin que yo pueda hacer nada. Entro en parada cardiorrespiratoria: 12:00h del 6 de Julio. Comienza la Fiesta. 

¡YA FALTA MENOS!

Mª Del Carmen Gutiérrez Sádaba

Se habían acabado los 351 días de espera. Atenta a la pantalla del Paseo de Sarasate se preparaba, con el pañuelico rojo en alto, con sus pantalones y camiseta blancos a que sonaran las esperadas palabras: ¡pamploneses, pamplonesas! ¡Viva San Fermín! Y, de repente, todo enmudecía durante los breves segundos del estallido del cohete. Habían, por fin, empezado las fiestas de San Fermín. Durante aquellos nueve días, la ciudad de Pamplona se llenaba solamente de dos colores: rojo y blanco (aunque las peñas le dan algún que otro toque de color). Se iba a ver bravura en los encierros y capeas, velocidad, precisión; miedo en los niños con los kilikis, música de los txistus y tamboriles con los gigantes. Ver al Santo patrón recorrer las calles de su ciudad y aclamado por la mutitud de personas que se habían ido preparando para la ocasión durante los seis peldaños anteriores. Todo esto le llenaba de orgullo. Lo esperaba ansiosa con los brazos en alto. ¡Ya faltaba menos! Pero siempre llega ese triste momento de tener que atarse otra vez el pañuelo a la muñeca, de lavar la ropa blanca y esperar 351 días. Sin embargo este año es diferente: cada mes se sube un escalón.