IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


SAN FERMÍN ES MÚSICA

José Félix Goicocheta Vega

Se despertó y se incorporó de un salto.
-Joder que ruido, ¿no les vale con tirar solamente un cohete?
Miró al otro lado de la cama y la mujer con cuerpo de guitarra ya no estaba, pero su dibujo se adivinaba en el colchón.
Se puso un pantalón y salió al balcón. El sonido de una multitud de gaitas le sorprendió gratamente. Conforme los gaiteros entraban en la Estafeta, una alfombra de boinas rojas volaba por encima de sus cabezas. Entonaban el «ánimo pues» y rio de gente de todos los sexos y razas bailaban al compás.
Le pareció que una boina roja pugnaba por salir del grupo. Cuando estuvo cerca de su balcón se quitó la txapela gorri y le saludó
– ¿Has dormido bien? Preguntó la chica.
El sonrió y asintió, y recordó que cuando en plena batalla del placer, le preguntó el nombre y ella contestó,
Música, yo soy la música.  

REENCUENTRO

Carlos Servent Mañes

Él la miró. Gracias a su altura, le pudo pasar el vaso de cerveza por encima de la multitud. Ella se lo agradeció con una sonrisa cuando todavía ninguno de los dos llevaba teñida de rosa parte de su indumentaria blanca, ni ella llevaba el sombrero mejicano, ni él llevaba un mono de peluche colgado al cuello. Entre sonoras carcajadas la noche sanferminera terminó de “tunearlos” con collares fosforescentes, una pierna arremangada hasta la rodilla, además de sendas pelucas de color lila. Al amanecer y durante el encierro, se les vio agarrados a la barra de un bar para que el balanceo de su embriaguez no terminara con ellos en el suelo mientras discutían por pagar.
Coincidiendo con la salida de la plaza de la multitud que había estado viendo el encierro, medio centenar de personas irrumpieron en dicho bar acompañados por el agudo sonido de las gaitas. Durante ese tumulto se perdieron de vista.
Meses más tarde, ella acompañaba a su novio a un juicio por venta de hachís. El juez que al entrar tuvo que agacharse para no pegarse con el marco de la puerta, antes de leer el acta, alzó la vista. Sus miradas dictaron la sentencia. 

ANSIEDAD

Sergio Elizalde Marquina

Inexplicablemente no estaba ahí. Lo llevaba guardando desde hacía tiempo para este día tan especial. Tenía que estar en algún cajón, o quizá en el armario. No podría hacerlo sin ello, había previsto hasta el último detalle. ¡Por fin, encontrado! En poco más de una hora se haría famoso.

Salió de su casa sin despertar sospechas, sintiendo como su corazón palpitaba sin tregua. Esperó a subir el último al autobús, bajó también el último, queriendo asegurarse de que no olvidaba nada. Anduvo cinco minutos desde la parada al objetivo final. Golpeó las veces convenidas la puerta trasera. Le abrieron con mirada de alivio, llegaba unos minutos tarde y no había margen de error. Evitó las escaleras principales tratando de no ser visto.
Una vez llegó a su puesto se secó las manos, sonrió nerviosamente y se acercó a su posición. Templó la voz, miró el reloj, dio un paso y entonó la frase que llevaba ensayando mucho tiempo «Pamplonesas, pamploneses, ¡Viva San Fermín! Iruindarrak, ¡Gora San Fermín!»
Encendió la mecha, oyó el característico silbido y sintió el estallido de júbilo de la muchedumbre. Anudó a su cuello el pañuelo que creía perdido y respiró. Lo había conseguido, ahora tocaba disfrutar de las fiestas.