IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


EL SENTIMIENTO DE FERMÍN

Hilda Esperanza Lozano Espinosa

La inquietud empezó una mañana de sofocante calor. Hasta los ochenta y siete, esperó el ansiado momento, junto a los supervivientes de su peña.
Mientras digería el desayuno, una marejada de intensos recuerdos, golpeó cada recodo de su memoria. Tras cada balanceo del ruidoso sillón de mimbre, llegaron las urgentes pulsaciones, pues no solo abordó la estridencia de las voces venidas desde todos los puntos del globo que gritando ¡VIVA SAN FERMÍN!, ¡GORA SAN FERMÍN!, hacían retemblar los edificios adyacentes, sino el intenso olor de la mezcla del vino y el champán salpicando cada rincón, y la impresión del color rojo anudado al cuello, una vez las chispas del cohete destellaban, y el estruendo rompía el silencio como la expectación. También regresó la silueta de su célebre amigo el escritor, compartiendo eufórico por las estrechas y abarrotadas calles; sin obviar su juego gratuito en edad moza delante de los astados por la calle Estafeta, entre el aguardo extremo de su madre.
Luego de cerrar el anaquel de sus evocaciones, con noventa y cuatro primaveras, horas más tarde, aquel último 6 de julio, el viejo Fermín Albarracín lo vivió pleno brindando con sus nietos, desde el balcón con privilegiadas vistas al consistorio Pamplonés.

 

EL SUEÑO

Juliano Oscar Ortiz

Yo soy el toro. El que espera. El cohete futuro. Los hombrecillos rojos y blancos. La plaza a tope. Los tres minutos. Las historias que desde el horizonte de Pamplona se cuentan.
Ayer soñé despertándome en los brazos de una mujer. El viento soplaba las copas de los árboles. Los pájaros escondidos a la luz del día parecían decirme que la cosecha estaba madura. Me gustaría correr y llegar hasta el punto desde donde no hay retorno, un cielo que me contenga. La suave mano de mi madre. La mirada del ángel taurino que me llama desde la distancia.
Yo soy el toro. Los gritos ascienden. La muchedumbre amplía sus gestos, el ojo late. Se abren las puertas, el corral, la sangre brota como un río de mil manos. Los hilos de baba se confunden en los suelos. El convento no duerme. Alguien estará en el lado de la orilla. La pequeña cuesta me espera. ¿Quizás alguien no verá a los gigantes? La respiración es un soplo caliente. Las misas. La procesión. El niño que me sonríe. Las lenguas estremecidas en santa comunión.
Yo soy el toro. En toriles pienso mientras el pájaro, el viento, la mujer saltan en mi sueño.
 

UN SUEÑO DE JULIO

Alfonso Fernando Quero González

Y allí, en medio de aquél maremágnum, me hallaba yo… De repente un sonoro cohete dio la señal de salida… Fue nada más ver aquellos descomunales morlacos, adornados por bellas y enormes astas, cuando me dispuse a correr raudo y veloz, a la par que sorteaba a los cientos de corredores e intrépidos espontáneos que allí nos congregábamos… Hacía lo imposible, moviéndome de forma grácil y con pericia, para no chocar contra alguno de ellos, o tener un desafortunado traspiés que me hiciera caer desplomado al firme y sólido suelo… Enfilé aquel primer tramo de la Cuesta de Santo Domingo, embargado por la emoción, saboreando cada instante, único e irrepetible, hasta que…, en mitad de la solitaria y aciaga noche desperté empapado en sudor… Lejos de ser una pesadilla, como lo podría haber sido para cualquiera, aquel, por el contrario, fue mi sueño durante años, y del que a diario se nutrió mi fuerza de voluntad, con tal de levantarme de la cama en la que me encontraba postrado a consecuencia de un grave accidente… No sin esfuerzo me repuse de mis heridas, y ahora, aquí estoy, recuperado, valerosamente arrodillado frente al Santo, encomendándome a él y viendo como mi sueño se hace realidad.