IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín


LA MEZCLADORA DE SENSACIONES

Alberto Eransus Antoñanzas

Tocaba tarde de tómbola. Un gentío esperaba su turno para comprar boletos. Al final de todos, un hombre de pelo y barba cana, fumaba un habano matando la tarde. Quizás era la humareda la que repelía a la clientela, ausente. Me dirigí hacia él, con cuatro euros en la mano.

Una sonrisa condescendiente me recibió. Solté mi pequeña fortuna. Agité la mezcladora de boletos con ilusión y energía casi infantil. Cinco boletos resbalaron de ella. Con la delicadeza de quien coge una amapola silvestre, prendí el primero. Al abrirlo, contemplé desilusionado su contenido. Una mancha roja.

-Mírala con atención.

Al hacerlo, me vino a la cabeza la bofetada de mi padre tras la primera gaupasa de mi vida. Dolor. Sorprendido, abrí el segundo. Era amarillo mostaza, como la que llevamos el primer día que fuimos al tendido de sol con la peña. Alegría. El tercero, azul turquesa, me zambulló en aquellos ojos glaucos y el primer beso a través del pañuelo. Dulzura. El cuarto, negro azabache, como el burel corriendo detrás mía en la bajada del callejón. Pánico. El quinto, estaba en blanco.

Intenté reclamar al voluntario. Súbitamente, me replicó:

-Esta así porque es el de este año. Tendrás que buscarle el color apropiado.
 

UN HELADO SAN FERMÍN

Carlos Otondo Palet

La vida trajo a mi abuelo Ponciano desde la lejana Pamplona hasta aquí, un pueblo en el sur de Chile llamado Curicó, donde tuve la suerte de nacer, criarme y vivir. A pesar de nunca haber puesto un pie en Europa, don Ponciano siempre se encargó que yo conociera mis raíces. Desde un pequeño cuadro en la entrada de su hogar que dictaba «Ongi Etorri» para pasar la tarde jugando pelota y cerrar la jornada con un pan con jamón, que siempre me insistió en que era lo más vasco que había, aunque siempre sospeché que lo decía porque no era muy bueno para cocinar.

Entre los días más helados del invierno, mi abuelo siempre me invitaba a pasar la tarde viendo en la tele su lugar natal, y mientras veíamos el desenfreno de los toros, el recordaba historias, anécdotas y estrategias de cuando a él le tocaba correr. Un frío tremendo, neblina hasta el piso que se calentaba con la alegría que veíamos en la tele. Mi abuelo nos dejó hace quince años y aún no pongo un pie en Europa, pero cuando me toque, sabré que estoy en casa, listo para celebrar, aunque igual llevaré abrigo, después de todo aún es julio.  

ME FALTA TU ALIENTO

Hemil Garcia Linares

Una vez más vamos a correr juntos en San Fermín. ¿Sabes?, me parece un sueño, padre. ¿Recuerdas cómo vinimos huyendo desde el Perú? El país estaba imposible: el Ejército Peruano peleaba cuerpo a cuerpo con Sendero Luminoso porque La Policía Nacional ya había claudicado.Pudimos llegar a España gracias al apellido vasco que heredamos. Qué largo es el apellido del abuelo. Pocas personas saben que los apellidos vascos y navarros abundan en Perú, especialmente en Cuzco.
Estuvimos un tiempo en Bilbao, pero las cosas marcharon bien solo un año y luego conseguiste un trabajo en Navarra y este lugar se volvió nuestra «patria chica». Aquí crecí, terminé la secundaria y fui a la universidad.
Es increíble que volvamos a correr juntos en San Fermín como si el tiempo se hubiera detenido. Sueltan a los toros y nos lanzamos al ruedo; iremos bregando hasta que el último aliento quede suspendido en el aire como una bola de billar mágica.
La batahola de gargantas en la curva de Mercaderes enciende mi corazón que martillea sobre el yunque de mi pecho, pero estoy contigo y corro tenazmente; Seguiré corriendo hasta que pueda, padre. Mirando al cielo y evocándote siempre porque me falta tu aliento en Los Sanfermines.