Bienaventuradas fiestas rojiblancas 5


Seis de Julio. La sociedad, a reventar. Los asistentes, silenciosos, concentrados en su persona. Esperaban sus palabras; más bien, las anhelaban. Sin pensárselo mucho, no sin cierta ansiedad, comenzó su discurso, pues cuanto antes fluyese su voz antes podrían disfrutar todos ellos de aquel deleite emocional que como cada año lograba embargarlos de ilusión y devoción a escasos momentos del comienzo de las míticas fiestas de su amada Pamplona, la vieja Iruña.

Bienaventurado el Chupinazo, potente estruendazo.

Bienaventurada la Procesión, bendita emoción.

Bienaventurado el toro, animal con sumo decoro.

Bienaventurados los encierros matinales, espectáculos universales.

Bienaventuradas las corridas de toros vespertinas, tauromaquias supinas.

Bienaventurado el encierrillo, de bestias nocturno paseíllo.

Bienaventuradas la boina, la faja y el pañuelo rojo, sobre fondo blanco y con alpargatas, vestimentas que escojo.

Bienaventurados el ajoarriero y el cordero al chilindrón, manjares un montón.

Bienaventurados el calimotxo y el patxarán, mejores que cualquier champán.

Bienaventurados los gigantes y los cabezudos, estandartes macanudos.

Bienaventuradas las peñas, populistas enseñas.

Bienaventuradas las barracas, atracciones cardiacas.

Bienaventurados los fuegos artificiales, estallidos coloristas sin iguales.

Bienaventurado el Pobre de mí, menuda semana viví.

 

A continuación, pletóricos, todos los presentes gritaron fervientes a viva voz:

 

Bienaventuradas las fiestas de San Fermín, culto y gozo sin fin.

 

 


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