Al toro por los cuernos


De todos los debates que tenemos abiertos con el futuro de los Sanfermines el más complejo es que nuestra fiesta hunde sus fundamentos en una carrera alocada de toros sueltos por las calles de la ciudad en un tiempo en el que el foco está puesto sobre el trato que reciben los animales. Es curioso. Esta dificultad máxima constituye paradójicamente su principal atractivo internacional. En Pamplona y por las calles de la vieja Iruña llevamos conduciendo toros la friolera de más de cuatrocientos años. Cuatro siglos en los que la tradición mandaba meter por la trama urbana a los bichos desde las afueras hasta el recinto en el que habrían de torearse. Hoy ya no es lo mismo.  Una parte de la generación de  nuevos jóvenes asiste con ojo crítico a un encierro que termina con lidia y muerte. Y mientras el espectáculo de la carrera desde Santo Domingo a la plaza es seguido por miles de personas en la calle son millones quienes se ponen delante del televisor para contemplar el espectáculo más fabuloso del mundo. En la plaza esto no ocurre. Lo que antes fue una fiebre compartida, sin disidencia, que llevaba a todos los jóvenes primero a la calle a la hora del encierro y después a la plaza, a llenar los tendidos, hoy podía estar quebrándose. Puede decirse al menos que el debate está abierto. Las localidades de la plaza continúan ocupadas pero son  espectadores, entrados en años, en una parte porque éstos retienen las entradas, y en otra, porque no hay demasiado interés en ocupar el asiento por quienes deberían apremiar a sus mayores.