Sanfermines


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

MOMENTOS DE UN AYER

Rosa Maria Gil Ramirez

Aqui construyo mi mundo de fantasía, en mi espaciada habitación, donde lucho por mis metas y sueños.
Aqui puedo sentirme yo misma, en este rincon de mi casa, donde siempre tendré un espacio y una cama limpia donde dormir.
Mi madre en la cocina, esperando a su niña, para juntas tomar café y hablar de mil cosas. Ella mi amiga de todas las horas, mi guerrera incansable, ella la que siempre está ahi y puede con todo y aunque a veces se canse, nunca se queja. Ella la que sufre cuando yo estoy mal, ella mi fiel compañera, esa mujer que admiro por tantas cosas, su grandeza, nobleza y su forma de luchar en la vida, esa mujer es mi madre.
Aqui guardo tantos recuerdos, momentos ya pasados de un ayer.
Cuando todavía era una niña y mi padre me cogió entre sus brazos, me miraba, con ilusión de tener a su primogénita entre sus manos. Yo adoro y admiro a mi padre, ejemplo diario de constancia, perseverancia, sabiduría y disciplina. El para mi es un rey, un héroe de leyenda, mi amigo también y sus pasos siempre seguiré.
Tantos errores y fracasos, tanto caer y levantarse y volver a levantarse como si nada.  

LA FIESTA EN EL CORAZÓN

Rosa Maria Barberia Ardanaz

Salió del consultorio con emociones encontradas, no sabía a qué se enfrentaba. La doctora había sido contundente en el diagnóstico. No había lugar para la duda. ¿Y ahora qué? Se preguntaba. Decidió caminar por las calles de su querido casco viejo. Su corazón latía al ritmo de los recuerdos que acudían a su encuentro. Una media sonrisa iluminaba su semblante. Sin darse cuenta se encontró en la cuesta de Santo Domingo, frente a la hornacina de San Fermín. Se apoyó en el muro y cerró los ojos. Sintió el calor del cantico que los mozos le dedicaban cada mañana pidiéndole protección. Las lágrimas incontenibles se desbordaron por sus mejillas y desde lo más profundo de su ser le dio las gracias por tantos momenticos vividos y por las emociones que inundaban su corazón, cada seis de julio, al compás del txupinazo y los txistus. Ya falta menos le dijo y le lanzó un beso. Llegaron las fiestas y desde la cama del hospital, entre sedantes, apenas pudo disfrutar de pequeños raticos. Fue el catorce, un miura corneó a un mozo de gravedad. Ahí estoy yo pensó y se ofreció voluntaria para el trasplante. Camino del quirófano, sonreía, llevaba la fiesta en su corazón.  

JE M´APPELLE ANTOINE

Rubén Martín Camenforte

Aquel mocetón engreído creía estar de vuelta de los sinsabores vitales. Se había rapado al cero el cabello dorado de infancia, y, allá donde creciera el rosal por antonomasia, cultivaba unas plantitas de marihuana. En los albores de julio, una inesperada explosión le hizo tensar la espalda: A cuatro pasos, acababa de esquivar el impacto de un artefacto. Las cosas de vivir en un asteroide del tamaño de una casa… que todo se ve, se escucha y se huele: mucho más, la pólvora quemada. —No ocurrió precisamente en aquella ciudad en fiestas… En la plaza consistorial de Pamplona, reinó el desconcierto: habían perdido el chupinazo de vista—. A un Principito se le presupone amplitud de miras, así que lo interpretó como una señal universal para su pronta resocialización. Tantas gentes divirtiéndose, de blanco y con pañoleta roja… Sabía de qué iba y pensaba concederse otra terráquea oportunidad. Tras unos tijeretazos, rellenó dos bolsitas de tela. Prudencialmente, los encierros desde la barrera. Se avecinaban días intensos por delante y, quizás, su primer amor carnal. De porte andaba sobrado… Le faltaba la asignatura pendiente del trato, pero el influjo de los Sanfermines… 

EL ESPEJO

Rubén Navajas Bonafaux

Como cada 7 de julio, me quedo a solas frente al espejo. La imagen que me devuelve es la de un niño de ocho años, pecoso, con gafas y mi inconfundible pelo rizado color zanahoria. El cuerpo aún sin terminar de hacer, un tanto desgarbado y fofo, queda escondido bajo la vestimenta festiva. Mi madre se ha encargado de que cada prenda luzca como si fuera nueva. El pantalón, de un blanco inmaculado (nunca he sabido el secreto para que desaparezcan las manchas más incrustadas después de un día entero en la calle), recién planchado y con la raya perfectamente alineada; el polo igualmente blanco, sin la más mínima sombra de sudor; el pañuelo y la faja, de un rojo intenso y sin una arruga; y finalmente las alpargatas, blancas con cordones rojos, que parecen recién compradas. Y así un año tras otro.

Cierro los ojos y espero unos segundos antes de volver a abrirlos. Sigo con la vestimenta festiva. Pero está ajada, grisácea por el paso del tiempo. Ya no queda rastro del niño de ocho años que una vez fui. Ni de las pecas que poblaban mi cara. Sólo el recuerdo, que regresa cada 7 de julio. 

VIAJE A LA SEMILLA

Sagrario Zueco Eneriz

Julen respira emocionado ante su última carrera. Los nervios lo impacientan. Hoy todo adquiere tintes de despedida, en un anhelo de perfección como broche final a veinte años de tradición, palpitaciones, apretones de manos, rituales ordenados que espera que lo salven de un azar caprichoso y desgraciado.
Coloca la faja rodeando su cintura, sujetando esa bola de nervios que se enquista antes de empezar el recorrido. Ata su pañuelo rojo al cuello y respira hondo:
¡Gracias papá!,
por mostrarme lo que fue para ti,
por haber sembrado en mí la emoción primera como un cuento de aventuras que hoy aún permanece,
por enseñarme a correr ante estos astados poderosos,
por contagiarme la pasión por esa locura de empujones, gritos, codazos y tropiezos que culmina cuando te pones a la par del animal y lo acompañas unos metros,
por empujarme a su costado para oler su adrenalina, sentir también su miedo, oír a la carrera el estruendo de sus pezuñas en el suelo, por tocar lo tosco de su pelo, por sentir su aliento en mi quijada,
por levantarme cuando todo se torcía y acababa pateado por quinientos kilos de animal.
Que San Fermín me acoja en su capote.
¡Va por ti papá!. Hasta siempre
 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

A SOLAS CON HEMINGWAY

Rocío Rubio Garrido

A SOLAS CON HEMINGWAY

Recuerda, Ernest, el ambiente de la fiesta. Recuerda los cuerpos apiñados, el rojo de los pañuelos salpicando el paisaje, las bestias arramplando en su furia recién desatada. La adrenalina al límite junto al santo, en la tercera y última oración, las piernas sin tregua corriendo cuesta abajo, el sudor cayendo a borbotones por la espalda. Recuerda, viejo maestro, las impresiones grabadas en tu cuaderno cuando te adentraste en los primeros Sanfermines, que te traerían más veces a una tierra que empezaste a sentir como tuya. Aventurero infatigable, descubriste la poética de la sangre derramada sobre un fondo de color albero. Los gritos proferidos en la plaza, entre la admiración y el desconcierto, en esa orgía de sentimientos primitivos que se concentran al unísono, como una orquesta improvisada. Y luego la algarabía de la calle, donde tantas veces te perdiste. El vino corriendo por las camisas y el amor que salta de balcón a balcón, de tendido a tendido.

Fue a principios de un mes de julio cuando decidiste marcharte para siempre. Faltaban apenas unos días para que diera comienzo la fiesta, tu fiesta. Quizás, en tu alegoría siniestra, hubieras soñado con morir en la plaza. Como los míticos toreros.
 

FIERA SAGRADA

Rocío Gallego-largo ávalos

Tradición basta, en la que desaparecen transeúntes, agazapados, cabizbajos, azarados, bailando al lado de su fiera sagrada, donde al lado del color del lirio, se entremezclan con rojo escarlata que pinta sus ropajes.
El éxtasis es fulgor. Se torna religión.
Caminan hacía las ruinas, vestidos con un antifaz de supervivencia, sin tener muy bien la certeza de lo que le deparará las sombras de aquellos días, entre tanto testigo silencioso que admira su belleza.
Entre esas sombras, de los jardines de la cristiandad, su figura sacra, ya deslumbra a media tarde.
Pareciera porcelana, quedara hecho trizas tras tanta piedra. Se asomará la duda, entre las risas del resplandor de otras bellas vacías, que aguardan secretos, que dejarán un eterno vacío, durante un siglo.

 

EL LIBERTADOR

Rogelio Rodríguez Cáceres

Desconcertado, veo cómo se han multiplicado los toros y las personas que corren por las calles con una única salida. El laberinto se ha ampliado desde la primera vez y los elegidos ahora gritan, sonríen y festejan su participación en el rito. Muchas cosas han cambiado, pero yo he vuelto, de donde nadie regresa, para liberar nuevamente a mis hermanos, instaurar la paz y erradicar la tiranía, la lucha entre la bestia y el alma. Tenso mis músculos e imploro la ayuda de los dioses. Mientras observo a mi alrededor, me pregunto: “¿y si esta nueva generación no está preparada para la libertad?¿Y si disfrutan viviendo dentro del laberinto?”. 

DIARIO DE UN CORREDOR

Rosa Nieves

30 de junio
Siempre me ha gustado correr y, de hecho, desde hace un par de años salgo a correr con mi cuadrilla casi a diario. La semana que viene tengo una carrera completamente diferente en la que compito con muchos otros corredores. Sin embargo, llegar al podio no es lo más importante.
3 de julio
Tras un largo viaje, ya estamos en Pamplona. Estamos agotados, pero estos días no saldremos a correr. La verdad es que se respira tranquilidad en este sitio.
6 de julio
La tranquilidad de hace unos días ha desaparecido. El murmullo del gentío y la música son constantes. Mañana es el gran día y estamos nerviosos. Últimamente hemos subido mucho de peso, pero seguimos en forma y confiamos en hacer una buena carrera.
7 de julio
La carrera ha ido bien. Ha sido mucho más corta que otras veces (apenas 875m), pero muuuuuucho más intensa. No veíamos nada entre tanta gente. No sé por qué gritaban tanto. También me ha extrañado que el suelo no fuera tan blando ni tan verde como siempre… Hemos llegado los 6 a la vez en apenas 2’10”. Esta tarde tenemos otra cita en la corrida, pero me suena que ahí no se corre. 

EL ÚLTIMO ENCIERRO.

Rosa Ana Llavata Soler

-«José Miguel, ¡es la última vez que corres el encierro!»
-«Mari, ¡no le puedo fallar a Pedro! Corremos juntos desde mozos».
-«Ahora tienes dos razones para no hacerme sufrir así».
-«¡Mari! Son tres minutos. ¡Nunca nos ha pasado nada! Además he visto que tienes preparado el pañuelico, la faja, la camisa y el pantalón… ¡como la cal!»
-«No seas zalamero. Falta recoger las alpargatas de La Mañueta. Pero este es el último año, ¿eh?»
-«¿Sabes que Patxi ya anda poniendo los tablones del vallado?»
-«Tú cámbiame de tema…»
-«¿Por qué temes? Si el capotico de San Fermín nos cubre desde hace más de veinte años».
-«¡Pues porque ya no sois unos mozos!»
-«Lo sé. Quiero que Yohana e Iván vean: correr a su padre y a su tío; el desfile de caballicos; los kilikis y zaldikos, el txupinazo… Algún día, Mari, una niña dulce como la miel, como tú, brillante como un tesoro, paseará por Santo Domingo, Mercaderes, Estafeta y, dentro de la plaza, reirá con las vaquillas. Nuestra niña amará Pamplona y nuestra fiesta. Así se lo he pedido al santo», dijo José Miguel mientras se preparaba para recoger sus nuevas alpargatas a sabiendas que ese año sería el último, su último encierro. 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

UN QUILLERO EN SANFERMINES

Robert Gustavo Herrera Rocha

Es casi la media noche del 5 de julio. Hace frio a esta hora en el aeropuerto de Noáin, de Pamplona. El vuelo HK-1706 que trae a mi amigo Victino Monteazul desde Madrid es anunciado por los altavoces. No tardó mucho en aparecer la figura del barranquillero con nombre italiano. Los mismos ojos marrones, sobre la misma sonrisa franca, ahora acompañados de mucho pelo blanco en su aún conservada cabellera.
―Nos estamos volviendo viejos mi amigo ―Fue mi frase de saludo.
―¡Ni que lo digas! ¿Cuándo te mudaste a Pamplona?
―Hace algunos años. No te lo había comentado. Es que tenemos mucho tiempo desconectados, y eso es irónico en la era de las comunicaciones.
Abordamos mi auto y entrando en Pamplona, no fui hacia mi casa, sino hacia la plaza Consistorial. Victino preguntó por el sonido hacho por un cohete pirotécnico y por las casas adornadas con flores blancas y rojas. Reía contagiado de la felicidad de los cabezudos y otros disfraces a esta hora de la madrugada, del ya día 6.
―¡Es el Chupinazo! ―respondí ―El inicio de una gran fiesta internacional. Un consumado carnavalero como tú, va a disfrutar muchísimo estos días en Pamplona.
―¡Vaya! ¿Son unos carnavales?
―¡Mejor! ¡Son los Sanfermines!
 

PAÑUELICO

Roberto Ovalle Veloza

Llega el mes de julio, a San Fermín de Miens primer obispo de Pamplona se le ilumina una sonrisa, son las vísperas de los Sanfermines, la ciudad prepara nueve dias de festejos en su honor. Comenzarán con el chupinazo el primer día en la plaza del ayuntamiento dando su inicio, después vendrán los encierros donde los mozos que quieran, correrán desde la salida por delante de los astados, guiándolos hasta el coso taurino, no sin antes entonar el cántico «a San Fermin pedimos» solicitando su protección durante la carrera.
Su imagen se portará en gran procesión por todo el casco antiguo, desde su capilla en la parroquia de San Lorenzo, a su paso contempla los timbaleros, gaiteros, y clarineteros, las comparsas de gigantes y cabezudos y la Pamplonesa banda municipal. También observa como la gente alista el tradicional Pamplonico, impecablemente blanco con su fajin y pañuelo rojos en honor a su sangre de martir, igualmente, la carne, la tripa y los ingredientes para la pamplonada.
A la media noche del último día con velas encendidas desde la Plaza Consistorial, Pamplona finalizará cantando los sanfermines, y el santo de Miens piensa, ¡pobre de mí, pobre de mí se habrán acabado las fiestas para mí!.
 

UNA APUESTA

Roberto San Martín San Julián

Finalmente he decidido salir de blanco. Pero solo para pasar desapercibido. Si no, cualquiera de la peña no iba a tardar en reparar en mí y venir a preguntarme si me pasaba algo. Y seguidamente me invitarían a echar algo diciéndome que me dejara de chorradas. Solo quiero comprar cuatro cosas para comer y volver a mi encierro. Nada más abrir el portal la música de la charanga lo ha inundado todo; pero he logrado cruzar sin hacer medio gesto. Ni siquiera un pequeño brinco. ¡Venga! ¡Sí! ¡Que soy capaz! Me animo a mí mismo. No puede ser tan difícil, dije aquella tarde en la sociedad. Con lo del COVID no hubo dos años y no nos hemos muerto. ¿Qué no hay huevos? ¿Estar en Pamplona todos los Sanfermines pero hacer como si nada? ¡Eso está chupado! Igual con veinte no; pero ahora a mis cincuenta. Diez no. Veinte mil euros me juego. Ahora mismo. ¿Dónde firmo? Habíamos quedado para la partida y la cosa se fue calentando. ¡Maldito patxaran! La calle está tan llena que no puedo avanzar. Logro escabullirme y giro rápidamente a la derecha. Aprieto el paso. Al fondo, la pancarta del Bullicio se acerca en oleadas. 

ÚLTIMOS MINUTOS EN LA VIDA DE BOB

Roberto Cormenzana López

El cordel se escurrió de entre los dedos de su dueña, que al ver que se alejaba se puso a llorar como una magdalena. Pero él no podía volver, ¿entiendes? Empezó a subir y subir, y ahíto de tanto helio tragado, surcaba el cielo y contemplaba desde arriba la escena, obnubilado. Miles de personas hacinadas en la plaza del ayuntamiento, la mayoría vestidas de blanco, con un pañuelo rojo sujeto entre sus manos alzadas, no paraban de gritar y silbar y corear el nombre del santo. Víctimas de un delirio colectivo todavía contenido, sudaban y daban bandazos aquí y allá. Sí. Aquella masa efervescente anhelaba la inminente llegada del mediodía.
Y entonces sonaron los timbales y los clarines. Soplaba un viento del sur, que lo llevó a la altura de la casa consistorial, justo cuando prendieron la mecha. El cohete enfiló hacia su inopinado objetivo, pasó rozando y agujereó sus pantalones cuadrados. Bob Esponja empezó a deshincharse y bajar violentamente describiendo una trayectoria helicoidal, hasta ir a parar, ya siendo un colgajo de poliamida, al borde de la campana de la trompeta de la alegoría de la fama. Mas no hubo lágrimas y sí vítores y celebraciones, porque el chupinazo así lo imploró. 

TENGO UNA CITA CON UNA NAVARRICA

Roberto Simón Romano

Tengo una cita. Estamos en Sanfermines. Ella me gusta, me alegra, la llevo en el eje del alma. He quedado con mi amor a las nueve de la tarde en el Monumento al Encierro. Voy hacía allí. La tarde apuntala mis estímulos. La ciudad protege mi entusiasmo. Mi emoción cosquillea mis adentros. Ella es hermosa como los jardines de la Taconera. Está repleta de sentimiento; igual que unos versos de Leoz o Velaza. Es valiente, brava como el Arga en el Tramo de la Magdalena. Llevo puesto el atuendo sanferminero. Cómo me gusta el blanco y el rojo. Sobre todo me encanta lucir el pañuelico con el escudo de Osasuna. Sé que ella también se viste de blanco y rojo. Atravieso la Plaza del Castillo donde, en estos días, la Fiesta es una inquilina permanente. Mi corazón, como el corazón de Pamplona, late a ritmo de euforia. Tengo una cita. Ella me espera. Voy. Son las nueve. Ella me enamora, me aguarda. Ella es navarrica hasta lo imperecedero. La siento alborada en mi entraña. Ella es un canto profundo de mi tierra. Las rondallas son sus fieles acompañantes. Ella es sentimiento y corazón y voz en octosílabos. ¡Ah! ya veo a joteras y joteros.

 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

EL ÚLTIMO SAN FERMÍN DE HEMINGWAY

Raúl Oscar Ifrán

Ernest Hemingway despertó y, enseguida, supo que estaba en el Hotel Quintana de Pamplona. Se tocó la cabeza y ella estaba en su sitio. Se sorprendió porque recordaba habérsela volado de un escopetazo en su casa de Ketchum, Idaho, en 1961.
Él debería estar muerto. ¿Qué estaba sucediendo, entonces?
Fue cuando vio sobre la mesita de noche las entradas para la Feria de Toros de San Fermín del año en que se mató. Allí lo comprendió todo. Era tanta su pasión por los San Fermines, que el destino le daba una nueva oportunidad de tener la muerte heroica que merecía un escritor de su talla.
Se vistió con traje de pamplónica: camisa y pantalón blancos, faja y pañuelo rojos. Empinó un largo trago de wiski y salió a la calle que su memoria conservaba con tanta nitidez como una fotografía.
En el otro extremo, bufaba un toro negro y sacaba chispas del suelo con las pezuñas. Se miraron y los ojos de ambos flameaban. Ernest apuró otro trago.
– ¡Viva San Fermín! -gritó y emprendió una frenética carrera hacia la bestia.
Después de un momento de vacilación, el toro bravo se lanzó en atronador tropel hacia el hombre. Los pitones apuntaban derecho al corazón.
 

NACIDA EN PAMPLONA SOY

Rebeca Pérez Campo

Nacida en Pamplona soy‚ tierra de inmenso valor‚ no sólo por su nombre si no por su gran tradición.
Personas de todo el mundo acuden a ella sin cesar. Tierra de culturas y un lugar sin igual.
Y es que ya lo dice la canción ”que no hay en el mundo entero una fiesta sin igual“ pues todo aquel que aquí viene ya no se quiere marchar.
Celebrando por todo lo alto siempre hay bullicio en la ciudad y contando los días pasan luego hasta volver a empezar aquellas fiestas que sin duda alguna nadie puede olvidar.
Por sus toros es temida y conocida a la par y por su ambiente festivo y de gran jovialidad en el que todos unidos celebramos sin parar. ¡Viva Pamplona querida! ¡Viva Navarra y San Fermín a la par! ¡Cantemos todos con gozo pues siempre hay mucho que celebrar!
Alegría en las calles. Suena el cohete y el ríau ríau y también los pasacalles con charangas sin parar. Mires donde mires gaiteros y gigantes y cabezudos y mucha festividad. Hasta magos y gran magia porque en esto se transforma la ciudad que no duerme ni de noche ni de día en 7 días que siempre recordarás.  

SAN FERMÍN

Rebeca Dueñas González

Todos estáis invitados. Comienza la magia. Negros, blancos, pardos, rojiblancos… toros y mozos recorremos juntos las calles. De repente, uno queda rezagado, mira alrededor observando tranquilamente al gentío, pero pronto sigue su vereda callejón abajo. Otro, dobla las manos a la vez que yo también tropiezo. Los dos rozamos la valla, sin embargo, el animal no embiste, se recompone rápidamente y continúa su camino saltando por encima de mis compañeros caídos. Desbordamos adrenalina. Estamos exhaustos, pero sonreímos satisfechos; los toros han llegado al ruedo.
El pequeño de la casa, que cámara en mano, lo ha grabado todo, tiene la respiración acelerada y aún tiembla mientras nos habla. El encierro, desde la barrera, ha hecho vibrar cada uno de los poros de su piel.
No hay heridos de asta. Continúa la fiesta. ¡Vaya semana nos espera!
 

UNA NOCHE MÁGICA EN PAMPLONA

Ricardo Miñana Catalá

En la tranquila ciudad de Pamplona, España, el aire estaba impregnado de una vibrante anticipación. El sol comenzaba a asomarse por encima de las colinas mientras los primeros rayos de luz iluminaban las calles adoquinadas. En cada rincón, el bullicio de las preparaciones y la emoción se palpaban en el ambiente.

Era el inicio de las tan esperadas fiestas de San Fermín, una celebración que traía consigo una energía única y un espíritu de alegría desbordante. Los ciudadanos, ataviados con camisas y pañuelos rojos, se reunían en las plazas y calles para dar inicio a nueve días de diversión y tradición.

En la emblemática Plaza del Ayuntamiento, el corazón de la fiesta, se encontraba el reloj del ayuntamiento, cuyas campanadas resonaban en el alma de los pamplonicas. A medida que el reloj marcaba las 12 del mediodía, la multitud contenía la respiración. Era el momento cumbre, el encendido del chupinazo, un cohete estruendoso que anunciaba oficialmente el comienzo de las festividades.
La plaza estalló en una sinfonía de vítores y aplausos, confeti y serpentinas llenaron el aire, creando una lluvia de colores que teñía de alegría el lugar. El espíritu festivo se desató y el júbilo contagió a todos los presentes.
 

LOS SANFERMINES. UN SENTIMIENTO.

Ricardo Badenes Velasco

Ahora ya sé que los Sanfermines son, ante todo y sobre todo, un sentimiento. Ahora entiendo las lágrimas de mi padre aquel ya lejano 6 de julio cuando, yendo en el coche por Valencia, escuchamos por la radio el mítico “Pamploneses, viva san Fermín”. A través del retrovisor del coche nuestras miradas se cruzaron, pero ni una sola palabra nos dijimos; no hacía falta, aquel día entendí muchas cosas. Y ahora entiendo perfectamente por qué, cuando murió mi abuelo, mientras sus restos mortales entraban en el templo parroquial de mi pueblo, sonaba aquella música maravillosa que yo entonces no conocía… Mi padre nos dijo a mi hermano y a mi, “escuchad esta música y luego os cuento”. Era la Biribilketa de Gainza, la música que hace llorar a mi padre. No se podía marchar mejor acompañado nuestro abuelo, con la Biribilketa y el pañuelico rojo que mi padre le puso dentro del féretro a la altura del corazón, lugar donde él y su hijo, mi padre, llevan al santo morenico y todo lo que representa. Algún día, cuando las circunstancias me lo permitan, yo también viviré esas fiestas, esos momenticos que emocionaban a mi abuelo y hacen llorar a mi padre. ¡¡¡SERÁ ESTE AÑO!!!
 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

MI TRAGEDIA GRIEGA

Raquel Lozano Calleja

El periódico enrollado en su hercúlea mano, apuntaba hacia la imagen de San Fermín junto al mío. Con sólo una mirada, sus ojos eclipsaron la cuesta de Santo Domingo y mi pulso.
Mi capacidad innata para la observación se fijó en el dibujo de su camiseta blanca y en la barbita descuidada a lo Anthony Quinn en Zorba el griego.
“Jroña que jroña”, dije con voz profunda y ligero pestañeo a modo de guiño. En realidad no sé qué significa, pero si es para vender yogures tiene que ser un bueno.
Soltó una carcajada y en ese momento supe que aquella boca sería mía. Comencé a cantarle al santo nervioso, no por los morlacos, sino por él. Mis ventrículos ya eran Troya y Esparta en la Ilíada.
El cohete deshizo el grupo de mozos pero yo le seguí de cerca. Aunque soy torpe por naturaleza, me sentía un Miura tras sus pasos, un Jandilla recortando su cintura… Pero tropecé y caí sobre él. La magia se desmoronó como en su día también lo hizo la acrópolis. Me llamó imbécil en un perfecto castellano y así lo sentí yo en todos los idiomas.
En fin, más cornadas da el hambre, pensé.
 

COMPARSA

Raúl Garcés Redondo

– Había unos reyes gigantes – relata eufórico el niño – También cabezudos. Y unos hombres a caballo llamados zaldikos. Pero los que más me han gustado han sido los kilikis. Mi preferido es el Berrugón. Tenías que haber estado, papá.
Y el padre le revuelve, cariñoso, el cabello al niño con la misma mano con la que, horas antes, sujetaba la verga de espuma.
 

BELLEZA ANIMAL.

Raúl Peñalba Gómez

Ava apuraba el primer dry martini de la mañana, apoyada en la barandilla del balcón de la primera planta de la calle Estafeta con Mercaderes. Estaba situado en la parte izquierda de la misma, lo cual le ofrecía una panorámica espléndida de casi toda la calle y de la famosa curva.
— Este Ernest sabe elegir bien—pensó—.
El cohete la sorprendió sirviéndose el segundo dry martini, encendió rápido un cigarrillo, arrojo el paquete de Chesterfield a la mesa y corrió hacia el balcón.
El colorido de la vista la excitaba sobremanera, la hipnotizaba sumergiéndola en un maravilloso trance. La masa de gente que cubría completamente la calle de color blanco con pinceladas rojas, subiendo a la carrera, muy junta, rápida e inestable, dejaba espacio a islas donde el majestuoso color negro avanzaba, sobrio, amenazante, seguro.
El impresionante choque bajo el balcón le erizo el vello, al mirar hacia abajo, el toro se erguía poderoso, ella fascinada le miro a los ojos y durante un breve instante sus miradas confluyeron, una descarga eléctrica le recorrió el cuerpo. Suspiro, mientras le veía alejarse formando de nuevo su isla.
¡Entusiasmada, sonrió mientras exclamaba!: — «Ese sí es el animal más bello del mundo» —.
 

ME ENAMORÉ

Raul Tornay

Cuando la vi en la plaza me paralicé. Mi aliento hizo un parón y mi corazón explotó y se aceleró. Ella esperaba en la plaza con unas amigas, junto a centenares de personas que miraban hacia arriba aguardando el chupinazo. Llevaba un pañuelo rojo trenzado en el pelo formando una jovial coleta. No la conocía, nunca antes la había visto. Fue ese día cuando la vi y me enamoré al instante. Nació dentro de mí una llama, una ilusión, una alegría de vivir que jamás antes había experimentado. Me acerqué con timidez y quise decirle algo, pero el gentío y el ruido hacía difícil mi proyecto. Quise volver, asumiendo el fracaso. Pero, no pude. Algo me frenó dentro de mí. Era mi corazón que me decía que no podía irme. Me decía que era ella mi destino, que era ella mi amor, que no encontraría otra igual. Me llené de valor, cogí aire y me acerqué un poco más hasta ponerme completamente delante de ella. La miré, pero ella miraba arriba igual que el resto. No sabía qué hacer, no quería hacer algo mal. Deslicé mis dedos suavemente sobre su mano y ella bajó la cabeza y me miró. La besé y me besó. 

LA SENDA SANTA

Raúl Pérez López

San Fermín es tan chiquitito, que ante él los gigantes parecemos nosotros. Así de generoso es.
Pero es duro. Aguanta todas las fiestas de los mozos. Porque también es muy alegre.
¿Sabes por qué es tan pequeñito y duro? Porque es como el hueso de un melocotón. Él está en el centro; y nosotros somos la pulpa que lo envuelve.
Quieto, firme. Parece que no hace nada. Pero, como el corazón del melocotón, sin él no palpitaría alrededor la vida…, extendiéndose, ensanchándose…, tierna y jugosa…, llena de sabor, de sonidos que morder…, gozosa en su exuberancia…, pero mantenida por el corazón firme y pequeñito de su interior. Como el corazón de una fruta.
—Ya lo sé. Me lo ha dicho las otras seis veces que hemos pasado por aquí.
—¿Era eso? Creía que veía repetido.
—Padre, por favor. Intente recordar dónde ha metido el coche.
—Ya te lo dije. En la guantera.
—No. Ahí es donde están las llaves de la iglesia.
—Entonces el coche está al lado de las llaves.
—¡¿Qué!?…
—¡Mira! ¡San Fermín!…
—¡Deje la bota!, que hará falta el vino para consagrar.
—…¿Sabes por qué es tan chiquitito?
—¡Señor! Este año sí que va a empezar tarde la misa de vísperas.