Hostelería


El foribundo ataque de los Gin Tonics. (III) 1

Iruña, 8 de julio
17:00 AM
C /Estafeta.

El local estaba destrozado. Apestaba a todo. Mezcla de sudor, alcohol, vasos de plástico y miembros viriles sueltos por la estancia. Incluyendo el cadáver irreconocible de un delegado FIFA. Eso lo atestiguaba la visa dorada que permanecía en las manos del Teniente Furillo. Un caos.

Y un olor, nítido a…

-Trinitrato de glicérico.- Buenas tardes.
-Aclárate- Furillo sacó su libreta, atusándose su engominado pelo.
-Nitroglicerina.

El equipo se volvió para ver quién había roto el silencio. Estaba ahí. Largas piernas, concordantes con su nariz acomodada sobre un poblado bigote. Una camiseta blanca con el cuello en forma de pico, subrayando sus antebrazos. Ojos poderosos, negros, como el panorama circundante.

-Buenas tardes Papytu- contestó con rabia Furillo- llegas tarde.
-No había nada que hacer- espetó, levantando lo que quedaba de barra- 12 cartuchos como menos.
-Ha sido una masacre.
-Peor es el despacito y nadie se queja.

Sus miradas se desafiaron.

En el fondo, asustado, temblaba el camarero en estado de shokc. Se había salvado por los pelos.

Con paso lento, las botas de Papytu fuero quebrando los cristales y disminuyendo la distancia, dirigiéndose hasta el único superviviente.

-Cuénteme lo que pasó con detalle.

El barman no atendía a nada. Temblaba. Lloriqueaba y se chupaba el dedo.

El sonido del tortazo sobre sus carrillos, derecho y después izquierdo, hizo caer una botella de Jack Daniel´s. El camarero pareció despertar de un largo letargo. Papytu lo incorporó a un taburete no sin antes echarse un trago al coleto.

-12 años.
-¿Cómo?
-El whiskey.- atusándose el bigote le inquirió:
-Cuénteme que pasó- Le acercó la botella para que entrara en calor.

Tembloroso, asincopado, le pegó un largo lingotazo. Comenzó a narrar lo sucedido.

– Estábamos a la hora de los Gin Tonics. Se acercó un individuo. Me pidió uno especial. No me dijo nada más. Educado, con sonrisa maliciosa. Sus ojos brillaban. No estaba borracho. Quizás fuera el único.

-¿Me puede decir cómo se lo puso?
-Le juro por la sombra de Chiquito de la Calzada que se lo puse bien. Copa de Balón, enfriada previamente con hielo. Ginebra seca, Tónica Premium y…
-¿Y?
-Un poco de cardamomo y pétalos de rosa.

El teniente Furillo estalló:

-¿Me está usted diciendo que hizo un huerto dentro de un trago largo?

-Si teniente. Hasta ahí no fue mal del todo. Todo terminó cuando lo decoré con una rodaja de limón y se escaparon dos pepitas dentro…

Papytu, acercándose pausadamente afirmó:

-He visto a gente meter diésel en coches eléctricos. Saltar en marcha con el tren parado. Intentar salvar una trucha dentro de un horno rellenada con jamón. Tratar de comer en un vegano sin vomitar. Abandonar a la suegra en una gasolinera sin servicio. Colocarse con cerveza sin. Pero esto, esto se lleva la palma.

Con gesto de desaprobación, le dio la espalda, dirigiéndose al Teniente.

-Furillo, tenemos que hablar. Sé quién está detrás de todo esto. El Sensei del Hielo. Su proceder le delata. Su ser es furibundo.

(Continuará)


El feroz ataque del aperitivo caliente(II) 1

Iruña, 7 de julio
13:00 AM
C /San Nicolás.

Después de la procesión del morenico, todo el mundo salió raudo y veloz a la ingesta compulsiva de martinis y engrudo con forma de fritos. A esa hora del día, tan solo un sitio estaba más repleto que la calle San Nicolás. Un baño limpio en un rabal de Calcuta. Era la catarsis del aperitivo sanferminero.

En una misma calle convivían Gigantes , Kilkis, Zaldikos, carteristas, pamplonicas de punta en blanco, silletas, niños desbocados, gitanos con globos, manteros con collares, gaupaseros y un par de hermafroditas holandeses .Para reírse de Frank de la Jungla con la mamba negra. Esto era mucho peor.

No obstante, lo peor era alcanzar la barra de cualquier bar. Tras una trinchera de fritos de dudosa tonalidad se escondían los auténticos héroes del día: los camareros, que a diestro y siniestro, repartían con rapidez inusitada martinis, mostos, frito de gamba, jamón y queso y bola de pimiento.

Hasta que un misterioso personaje se acercó a la barra del bar de manera mágica. Un aura le hacía que los codazos, empujones y silletazos no le alcanzaran. De repente, con voz firme se dirigió al camarero:

-Un negroni, por favor. En vaso helado.

Un silenció se apoderó por un instante del local, aprovechando que la maldita “despacito” había acabado tras 9 minutos de tortura. El rostro del camarero, al alzar la vista, mutó al de un condenado a garrote vil. No podía ni tragar. Un sudor frío empezó a resbalar por su espalda. Lo había reconocido. Era Él. El Sensei Del Hielo.

Con un temblor de manos propio de la última etapa de Joe Cocker, empezó la operación. Por no tener, no tenía ni vaso de cristal, ni coctelera, ni los tres ingredientes debidamente enfriados, a saber: Martini rosso, Ginebra seca y Campari. En su justa medida. Tres tercios. Twist de naranja para decorar. La gente se percató del riesgo de la operación, a vida o muerte. La suerte estaba echada.

El camarero lo intentó pero su derrota estaba más anunciada que la ausencia de Enrique Ponce en la terna de la tarde. La gente empezó a salir despavorida del local. Tenían presente el ataque de las cervezas calientes del día anterior que causó innumerables víctimas.

Aun así, el camarero lo intento. Vaso de plástico con hielo aguado, Martini calentorro, ginebra floral y campari en exceso. Eso no se lo bebía ni una cabra en mitad del desierto del Gobi. Aun así, El Sensei del hielo, con la paciencia innata de su sabiduría, procedió a probarlo.

Ni se inmutó. Más tarde contaría el camarero que sus ojos se pusieron glaucos y que por un instante, parecía que flotaba sobre el serrín del suelo. Con el índice de su mano derecha, en silencio, desalojó a todos los que aún tenían los arrestos de estar en el local.

Cuando salió del bar el Sensei Del Hielo, la gente le hizo un pasillo humano en mitad de la calle, gigantes incluidos. Al minuto, el bar saltó por los aires.

Era el ataque del aperitivo caliente.

(Continuará)


El ataque de las cervezas calientes.Capítulo I 3

Iruña, 6 de julio
13:00 PM
Peña Anaitasuna.

Todo comenzó de manera imprevista. El gentío de la gente no hacía presagiar nada terrible. Todo era una fiesta. Completa.

Alguien dejo olvidada una cerveza a pleno sol, encima del muro colindante. Hay gente en la cárcel por menos motivos. Son los mismos que apadrinan un negro en Zambia, una foca en la Antártica y un nepalí sordomudo. Esta vez cometieron su último error, pobres hombres ignorantes.

Esa cerveza subía por momentos de temperatura. Cada minuto, un grado. Cinco minutos, cinco grados. Ya alcanzaba la temperatura corporal, y porqué no decirlo, era orina pura. Algo que no aguantaría ni un condenado a muerte en la silla eléctrica.

Fue entonces cuando el dueño de le cerveza, o vete tu a saber, la agarró con alegría, como si hubiera encontrado el santo grial.

Fue entonces cuando al probarla, motivado por el ambiente, la probó. Si amigos lectores, una cerveza que rozaba los 40º. Inconsciente. Al momento se dio cuenta de su grave error. Empezó a convulsionar de una manera estrepitosa, cayendo al suelo y haciendo la peonza humaba, gira que te gira, ante la muchedumbre que sorprendida, ebria, no supo actuar.

Lo más espectacular fue ver como pasaba a una tonalidad morada y más tarde a un azul pitufo. Los ojos le estallaron y salieron de sus órbitas. Visto y no visto, falleció de manera atroz.

La plebe comenzó a correr sin dirección, gritando y corriendo como pollos sin cabeza. Avalanchas de borrachos chocaban unos con otros, entorpeciéndose. Casi resultaba cómico.

Si no fuera porque más gente volvía a sufrir en sus entrañas los mismos síntomas.

Eran víctimas del ataque de las cervezas calientes.
(Continuará)


Desastre

Como agricultores tras pedregada, algunos hosteleros  ya han saltado quejándose de la baja ocupación hotelera y de la caída del número de visitantes durante las pasadas fiestas de San Fermín. No es nada nuevo, ya que se trata de un gremio dado al lamento.

Lo curioso es que, una vez más, piden apoyo público, planes estratégicos y no sé qué cosas más que tendremos que pagar entre todos para que ellos se beneficien. Que reflexionen, primero, sobre sí mismos, sobre los precios que disparatan, sobre la calidad del servicio que ofrecen (acojonante lo que que hay que pagar por una caña en vaso de plástico y un pintxo en plato de cartón) y, sobre todo, sobre la proliferación de aperturas (al menos 40 bares nuevos y 4 hoteles inaugurados en los últimos años solo en el Casco Viejo de Pamplona).

Se quejaba el representante de una asociación de hosteleros de la competencia desleal de comercios que obtienen licencias exprés para venta de bebidas alcohólicas. ¿Y no es competencia desleal que todos los nuevos establecimientos abiertos en lo Viejo en estos años, disfrazados de cafeterías y restaurantes, actúen con horarios, luces, licores y decibelios de discoteca? ¿Eso no es un fraude? Con los locales bien abiertos a la calle y aprovechándose del espacio público, cosa que, por cierto, también hacen el resto del año.

En fin, que más de lo mismo, que en vez de preocuparse por la constante huida del nativo, del vecino, algunos se preocupan más por intentar embaucar a los de fuera.

Que venga menos gente es, para mí, una noticia excelente.

Lo que me apena es que se vayan los de aquí.

Pero bueno, para desastre-desastre, mi pañuelo, que quiso huir de mí el 16 de julio al tender la colada.

Menos mal que Gurgur, comercio sano y preocupado por su vecindario, acudió en mi rescate.


Sanfertrificación

A un mes del txupinazo, los medios de comunicación locales son un aluvión de noticias sanfermineras. Elección de carteles, avances del programa festivo, actuaciones contratadas, toreros confirmados… Nada nuevo, pues siempre hemos sido proclives al entusiasmo cuando los hermanos Aldaz empiezan a arrearle al martillo o montamos en mayo las primeras colas en la Tómbola.

Lo que sí me ha resultado un tanto novedoso ha sido ver, ¡en el telediario de TVE!, la noticia del comienzo de la colocación del vallado. Y no lo hacen por lo espectacular del acontecimiento, no, sino por meros intereses comerciales, los intereses de ir calentando a la audiencia de cara a las próximas retransmisiones del encierro por parte de la cadena pública. En este mundo de hiperdifusión e hiperinformación, los medios de comunicación (los tradicionales y los modernillos) han hecho de nuestras fiestas objetivo fácil en esos tiempos veraniegos de sequía informativa.

Y a más difusión, más gente que viene a Pamplona, para regocijo del lobby hostelero y jodienda del vecindario, particularmente el del Casco Viejo, que ya viene sufriendo la contaminación y la reducción de espacios públicos que los empresarios que han cambiado el ladrillo por el pintxo provocan con el botellón que generan en las puertas de sus locales. De este modo, el vecindario de la Iruña más vieja abandona su barrio, primero en Sanfermines, más tarde con carácter definitivo, siendo nuestro Casco Viejo el único barrio de Pamplona que año tras año pierde población.

Y así, a lo tonto, casi sin enterarnos, estamos entregando nuestras fiestas y nuestras calles más queridas al turismo y a los intereses privados.

Y tan alegres, oigan.

Que mañana es escalera.