Alojamiento


Sanfermines: proyección 14

Lo prometido es deuda.

No hace mucho prometí fusilar cualquier referencia a los sanfermines que apareciese en www.divagandodivagando.blogspot.com , y ni corto ni perezoso (bueno, un poco perezoso sí porque esto lo publicó mi querida Di Vagando el 17 de enero), me pongo a ello.

Se trata de la narración de la génesis de la bonita historia de amor entre el Gordo y la Gorda en el incomparable marco de los sanfermines. Historia que no sabemos en qué quedó. Di Vagando nos deja la puerta abierta a secuelas.

Corre 1992, el año tras el cual se iba a acabar el mundo. Intentar contar con una narrativa medianamente coherente (no que la mía lo suela ser, de todas formas) la primera quincena de julio de aquel año se me antoja Mission: Impossible. Esos días están almacenados en mi memoria con tintes de proyección de diapositivas (desde el cole cuando la monja pasaba las “filminas” de arte me ha fascinado el ruido, el misterio de la oscuridad, su parecido remoto con la sala de cine). Así de confusos son mis recuerdos de aquellos sanfermines: comienza la proyección.

El teléfono salta en la mesilla
Una chica hacia el ecuador de su carrera tirada en el sofá, leyendo, es interrumpida por una llamada de teléfono. Es su hermanita pequeña, en casa de sus tíos, llamando desde Vetusta Sub Y, tienes que venir. Al colgar, esta chica, llamémosla Di, aunque aún no lo era, marca el número de su amiga, la que estudia farmacia en aquella Vetusta menor (ciudad donde se celebra la fiesta que los ingleses llaman «donde dejan correr los toros por la calle») para decirle que va para allá.

Cartones por los suelos
Al llegar, una fiesta en el piso de mi amiga, con la que nos llamamos mutua y cariñosamente «Gorda», llena de futur@s farmaceútic@s. La habitación del hermano (también el mismo negocio, ya se sabe que esta profesión es endogámica) tiene una cinta de esas de «POLICIA NO PASAR» en la puerta. El suelo está cubierto de cartones enormes, que trepan unos centímetros por la pared. En aquel momento me parece extraño. Años después, en el Carnaval de Notting Hill entiendo su finalidad. Vagos recuerdos de ese grupo, salvo que me presentan a «Boticario Nadador». Un tipo de 1.90 con la pata de gallo («haz el amor y no la guerra») al cuello. La suya es dorada y la mía plateada, colgada de una cuerda negra. Boticario Nadador, casi 20 años después, ha resultado ser todo menos hippie, pero yo que soy muy educada jamás osaré recordárselo. Todos tenemos nuestro pasado oscuro.

Plaza de María de la O
Siguiente noche, esta vez por las calles. En concreto, en la plaza de María de la O, donde mi amiga ve a Boticario Nadador, que bebe con su «cuadrilla«, la del colegio. Boticario le presenta a mi amiga a sus colegas más próximos: «estos con X, Z y el Gordo». Mi amiga, la Gorda, me busca entre el gentío: «Gordaaaa, que aquí hay un gordo». Vadeo entre la chusma y al llegar, nos presentan: «Mira, Gordo, la Gorda» (dioses, qué parida esto ahora bien mirado, más de 20 años después). Y el Gordo dice: «Gorda, eres la mujer de mi vida».

«Di, ven, deben ser tus amigos, preguntan por la Gorda»
Antes de nada: cómo hemos llegado hasta aquí. Mi amiga (la maldita gorda) regresa a La Gran Vetusta tras la noche de la Plaza de la O. Boticario Nadador, Gordo, et al piensan que los sanfermines son un must y que ellos me van a hacer de cicerones. Cada uno memoriza un número del teléfono de mis tíos. No hay móviles, hablamos del Pleistoceno: en aquella época para quedar había que tener voluntad. Las noches siendo noches, los gatos siendo pardos, nadie pregunta por nombres ni señas de identidad, al día siguiente todos podemos ser calabazas. Boticario Nadador es el encargado de llamar y preguntar por «La Gorda».

Cómeme
Se inician mis noches con este grupo extraño, y mis camisetas sanfermineras en la colada. Mi tía me da una de propaganda de carnicerías con el reclamo «Cómeme» en el frontal, y «No hay nada como los sanfermines» (cómo lo suscribo) en la espalda. Aún la guardo: no puedo contar las satisfacciones que me ha dado. Aparezco con ella y mis 21 años, toda candor, a mi cita con este grupo de solo-tíos. Muchos años de antropología navarrensis para entender lo que entonces parecía un cojunto tirando a freaky.

Preserbatu
No sólo yo resulto impresentable en cuanto a camiseta: el Gordo lleva una que reza «Preserbatu, Previene que te conviene». Y un condón sonriente, por si había alguna duda. Qué mala es la publicidad: desde entonces, asumo que el Gordo es un hombre de mundo, un tío experimentado. ¿Pensará él lo mismo de mi «Cómeme»? Nota: ninguno nos comemos nada en todos los Sanfermines.

Los fuegos
Son frikis, pero ninguno tanto como para querer ir a ver los fuegos a la Vuelta del Castillo. Boticario Nadador, que se debe sentir medio responsable de mí por ser amiga de su amiga me acompaña, bajo el cachondeo general. A día de hoy el cachondeo es aún mayor si se recuerda la anécdota de pobre Boticario ofreciendo su camisola negra de fiestas (por si el frío, dice luego) y yo aceptándola de buen grado para poderla sobre el césped humedo. ¿Princesa, yo?

El pelo del Gordo
Cuando el Gordo se quita «Preserbatu», luce camisetas reivindicativas tipo lo que hoy llamaríamos antisistema. El Gordo va a hacerse insumiso y hablamos de cambiar el mundo (entonces, aún no juntos). Ahora, el tema estrella, entre Palestina y Galeano, es su ex-melena rubia, que hace poco competía con la de Ginolá because I’m worth it, pero que ha sido, oh destino, sacrificada. Le gustan las pulseras y le doy una mía. Tiene unos ojos verdes preciosos, y creo que no lo sabe. Pero no se lo digo.

En una farmacia de San Juan
A estas alturas de partido, pierdo la voz. El Gordo me ofrece Lizipaínas: «son pastillas anticonceptivas para hombres». Me señala a Futuro Traumatólogo y añade: «éste no las necesita, que está operado». Acabo en una farmacia con Tiovin. La arpía tras el mostrador afirma: «toma esto y esto… y deja de hacer lo que llevas haciendo los pasados días».

Anaitasuna: «Y nos dieron las diez»

Sólo a uno de los frikis, Economista Bailador, le gusta bailar. Mucha gente, bailamos como podemos, entre nosotros y con extraños, quizás algún kiwi aún con camiseta. Cuando cae entre mis manos el Gordo descubro que, decididamente, es el que mejor saber agarrar. Eso es muy importante: nunca he podido con los manejables, que parece que son de chicle.

Salida de los toros
Boticario Nadador y yo vamos a ver la salida de las peñas de los toros. Allí esta el Gordo, más piojo que de costumbre, con una bata blanca llena de kalimotxo. La noche no ha hecho más que empezar…

Jarauta: katxis y más katxis

Katxis de cerveza o kalimotxo sin parar, y yo que bebía más bien nada en aquella época (pre-Reino Unido y pre-Pedalista). «No vale mojarse los labios», nos decían a Economista Bailador y a mí. Cómo pude soportar a esa panda todos los sanfermines medio sobria es todavía un misterio.

La fuente de la Taconera
14 de julio, Pobre de mí. No tengo ninguna imagen de esa noche aparte de la que sigue, en una fuente en el parque municipal, a orillas del cual vivían mis tíos. Está amaneciendo, todos han ido cayendo durante la noche y sólo quedamos Boticario Nadador, el Gordo y yo. El trío calavera. En el inocente paseo hacia mi casa se les ocurre la genial idea de despedirse con un rito purificador de las aguas. De repente, lo veo en sus ojos: una fuente y dos moles de 1.90 hacia mí en lo que les parece muy gracioso. Un observador imparcial (si quedara alguien vivo ese día en la ciudad zombie) hubiera descrito tres bultos blanquirrojos-tirando-a-sucio gritando y forcejeando y al agua con ella, y por favorrrrr, que os saco croissants y… buf, cual es mi poder de persuasión, me sueltan.

Fotos
Cumpliendo la promesa, saco unos croissants de casa de mis tíos, y la cámara. Con el careto de toda la noche de juerga, el último día de los Sanfermines nos vamos a hacer fotos. Parecemos la cuadrilla de la muerte. Primera: Boticario Nadador y yo salimos sonrientes, una bonita foto. Segunda: El Gordo y yo posamos para la siguiente. Todo bien. La última, los tres con el automático, patata y… me giro y descubro al Gordo con los pantalones blancos en el suelo. Intento sacarle de la foto a empujones como puedo y el automático dispara. No comment.

Direcciones
Promesas de «nos escribiremos». Se trata de papel, boli, sobre, sello, buzón. Esas cosas. Les prometo mandarles cintas de «Radio La Granja», que sorprendentemente no se sintoniza allí. Les prometo mandarles las fotos. Incluso la tercera.

Y los dos escriben… pero esa, buf… esa es otra proyección.

Gora San Fermín!

PS: Este divague fue una «petición especial» de los blogueros de sanfermín, muy necesitados de carnaza. Y lo van a fusilar.A la espera, quedo, en el paredón.

Leer más: http://divagandodivagando.blogspot.com/2011/01/sanfermines-proyeccion.html#ixzz1DZ1QjxDM


Verano del 43* 4

Una mañana de comienzos de julio de 1943, en plena II Guerra Mundial, Hans Schaeffer, nacido en Buenos Aires, de padres austríacos, tomó el Plazaola en la donostiarra estación de Amara. Su destino, como el de muchos otros oficiales y soldados alemanes destinados en el País Vasco-Francés, Pamplona y sus recién iniciadas fiestas de San Fermín.

Pero Shaeffer no era un oficial como los demás. De hecho viajaba de paisano y con pasaporte argentino falso. Su misión, en la que llevaba inmerso casi dos años, consistía en intentar desmantelar la red de mugalaris y contrabandistas que ayudaban a los espías y pilotos aliados derribados a cruzar la frontera franco-española, en su ruta de huida hacia el Gibraltar británico.

Se alojó en el desaparecido Hostal Burguete de la calle San Nicolás, situado más o menos a la altura del actual bar Iru. Durante esos días se hizo habitual de los encierros en un balcón de la calle Estafeta, de una barrera de sombra en nuestra Plaza de Toros y fue común encontrarle cenando en tascas del Casco Viejo tras la corrida para perderse después en los conciertos, bailes o espectáculos revisteriles que solía organizar el bar Baserri. Varias de aquellas noches las acabó en la bodega del Iruña (actual bar Subsuelo) donde, unido a una variopinta mezcla de nativos y visitantes, se pulía todo el vino que podía, cantaba al compás de guitarras y acordeones, intentaba ganarse la atención de las chicas de dudosa reputación que acudían a aquel antro y daba cuenta del caldico que les llevaba a las dianas y al nuevo día.

La noche del 11 al 12 de julio protagonizó en dicha bodega una agria disputa con el periodista sueco Stephan Johansson, al parecer por los favores de Rosa, una famosa prostituta de la calle Curia. Los dos hombres, envalentonados por el vinorro y el anís, salieron a la belena de Pintamonas dispuestos a resolver sus diferencias.

Hans Schaeffer nunca fue visto de nuevo en Pamplona.

Y el tal Johansson resultó ser Frank McCormack, nombrado unos años más tarde director adjunto del MI6, el servicio secreto británico.

*L’ occupation allemande en Pays Basque (1940-1945). Raymond Salas, Ed. Lafourcade, Bayonne,1996. 


La coctelera 3

Tranquilos, tranquilos, no se trata del próximo éxito de Georgie Dann.

Hoy me apetece recordar uno de los lugares emblemáticos de las fiestas más desconocidos incluso para mucha gente de Pamplona: la coctelera.

¿Qué ratos tan ricos hemos pasado ahí… eh pillines?????!

Ahora en serio, vaya lugar deprimente. A un servidor le tocó una vez ir a localizar a un amigo que se había bebido a piñón toda la cerveza que se puede producir en Arano en una década. Allí no lo encontramos; pero lo que vimos fue francamente impactante. Un montón de masas sebosas tiradas por el suelo, sucias, malolientes, y en el mejor de los casos dormidas.

Digo esto porque el que no estaba dormido estaba semi-inconsciente, y emitía unos sonidos guturales que hacían del lugar un espacio tétrico y desasosegante. Mis condolencias y admiración hacia los de la Cruz Roja, volcados en otra de esas labores que generalmente se desconoce.

Al que caía ahí, normalmente evacuado en ambulancia, lo «acomodaban» para dormir la mona. Muchos llegaban no directamente de la calle, sino que antes habían pasado por Urgencias donde habían certificado su estado comatoso y les habían metido un chute de vitamina B-12 en pleno hoyo de las agujas.

El «hotelito» estaba en una de las dependencias de la antigua estación de autobuses. Desconozco el motivo por el que luego pasó al colegio Vázquez de Mella, para finalmente desaparecer como tal. Ahora los comas etílicos se «gestionan» en Solchaga. Ya no es lo que era.


Hostelería y fiestas 6

De sobra sabemos los de casa, que en San Fermín se suelen producir dos efectos sobre los precios:
a) Aumento exponencial de ellos del 6 al 14 de Julio
b) Bajada el día 15 a un nivel más razonable aunque superior al del día 6 (este momento del año es en el que tradicionalmente se aprovecha para aplicar la subida anual.

Los palos que se suelen repartir en prácticamente todos los hoteles y un buen número de restaurantes están ya teniendo unos efectos notables, entre los que me gustaría destacar los dos siguientes:

1-Proliferación del visitante con pensión completa a cuestas.
Todos hemos podido comprobar como cada vez más abunda el espécimen que cae por aquí con el maletero lleno hasta las cartolas de bebercio y comida (en bolsa de Alcampo, Día. etc..) y que normalmente suele dormir en el coche o bien con todo el morro, plantando una tienda de campaña en cualquier sitio no autorizado (como por ejemplo la mediana de la Avenida de Bayona).
Además ésta gente tan maja se suelen dejar caer por las peñas e intentan darse el piro sin pagar, aprovechando que los que hacemos barra en estos locales no somos profesionales (a mí me ha pasado).
De acuerdo que las cosas son caras en Pamplona en San Fermín, pero tampoco hay que llegar al extremo de querer todo por el morro.

2-Bajada de la ocupación en los hoteles.
Aunque según lo que he leído en los periódicos, parece que la ocupación ha rodando prácticamente el 100%, si que comentan que ésta se ha conseguido a última hora.
Apenas una semana antes de fiestas, se pudieron ver declaraciones de algunos hoteles señalando que aún disponían de plazas libres (cuando siempre se decía que todos los hoteles estaban llenos del 6 al 14 desde mucho tiempo antes).
Como factor determinante, se señala la importante bajada del número de visitantes estadounidenses (lo cual no me extraña un pelo, porque si además de los palos que meten por una habitación, miras como está el cambio euro-dólar llegas a la conclusión de que los precios son absolutamente prohibitivos).

¿Será que estamos entre todos matando esa gallina de los huevos de oro que supone San Fermín para la hostelería?


Hale, para que os pongáis un poco tensos 8

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