Archivo por días: 13 de diciembre de 2018


X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

CONOCIENDO LAS FERIAS DE SAN FERMIN

Dulce Marquez

Era pedro un joven muy introvertido, sus hermanos preocupados por su falta de amigos, decidieron llevarlo a divertirse, por ello, viajaron a Pamplona a, la feria de San Fermín, llegaron un día antes conocer, siendo media tarde Pedro salió a caminar, pensando en que solo era un espectáculo cruel para los animales y denigrante para el ser humano, por su desconocimiento de la historia de esta fiesta, deambulando llego hasta un busto que está junto a la plaza de toros, era en honor a uno de sus escritores favoritos Hemingway, se quedó observando fijamente, cuando alguien le hablo, era Cristina una adolescente del lugar, allí hablaron por largo rato, mientras ella le exponía el significado de las fiestas, explicándole: “lo del pañuelo rojo es una interpretación de la gente de esta costumbre religiosa.”, los toros no andan por donde quieren, está pautado el lugar que van a recorrer y no es obligatorio participar, en fin, es una festividad alegre que recibe a personas que celebran esta fecha con los habitantes, así, lo invito a ser parte de las fiestas y ver de cerca para borrar su errónea opinión, y nació una amistad que perduro más allá de las fiestas, y se mantienen en contacto. 

TOROS

Leonardo Del Arco Barrera

Cuentan en Pamplona, que hace muchos años vivía un hombre sordomudo cerca de la plaza, buen mozo y bien parecido. Un año, en las fiestas, después del encierro, paseaba por el casco viejo cuando vio que la puerta de la casa de Ramón, el barbero, estaba abierta. El chico la cerró con cuidado justo en el momento en que el amo doblaba la esquina dirigiéndose a ella. Al cruzarse, creyendo que el muchacho salía de allí, le preguntó airado que de donde venía. Este, sonriendo, respondió por señas, poniendo ambas manos en la cabeza, a manera de cuernos, queriendo decir que había estado en el encierro. Ramón, creyendo que le estaba llamando cornudo, apartó de un violento empujón al chico y salió corriendo hacia su casa. Más tarde, cuando la Policía Foral se lo llevaba esposado al calabozo, tras acuchillar con la navaja barbera a su mujer hasta matarla, no dejaba de repetir llorando: ¡ha sido un error, todo ha sido un error!.
 

UN BUEN NAVARRO

Nuria Perarnau Andrés

Asomado al balcón y con el corazón oprimido por la intensa emoción que precedía al chupinazo, el anciano alzó lentamente la vista. Ante él se extendía una multitud, teñida de blanco y rojo, igual de expectante.
-Padre, ¡quítese de ahí, no se vaya a caer!- exigió una voz femenina a su espalda.
El anciano se limitó refunfuñar, agitando en el aire un pañuelo encarnado. Sin embargo, las manos le temblaban de un modo ostensible.
-¡Déjeme a mí!- intervino la mujer. Y acercándose al hombre, le anudó la prenda al cuello.
El anciano husmeó el aire. Olía a sudor, a vino, a sangría.
Pero había mucho más. De hecho, toda aquella humanidad, apiñada en la plaza, marcaba un solo sentir, un único latido rebosante de fervor, de tradición, de promesa, un palpitar sediento de eternidad.
La mujer advirtió su franca sonrisa y congeló aquella imagen para siempre en su pensamiento. Porque pese a su espalda encorvada, su pelo canoso y sus torpes ademanes, su mirada era la inocente y alborozada mirada de un niño.
Y este fue el último recuerdo que quiso guardar de su padre. El más preciado, el más auténtico, el que le definía como persona: un hombre bueno, un buen navarro.