Archivo por días: 27 de noviembre de 2017


IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

UNA SEÑAL PARA ALUMBRAR

Borja Bernarte Sáez

A pesar de asumir un claro riesgo para la salud, Amaia no quería salir de ahí. Los médicos le habían dado su aprobación, así que en principio no había por qué temer. Estaba todo controlado. Eran las once y cincuenta minutos del 6 de julio y ella se encontraba en su pequeña habitación ubicada en la plaza del Ayuntamiento. “Abrir el balcón, por favor. Necesito escuchar el gentío”, afirmó. Abajo, miles de personas esperaban el chupinazo que servía como pistoletazo de salida a 204 horas de diversión en las que Pamplona se convertía en el epicentro de la fiesta mundial. Los minutos pasaban y la aguja del reloj que preside la fachada del Consistorio avanzaba con paso firme hacia las doce del mediodía. Cada segundo, el dolor de Amaia en el vientre era más fuerte pero notaba el aliento de los pamploneses, navarros y foráneos que aguardaban el chupinazo. Los timbaleros salieron al balcón para cumplir con el ritual y el cohete esperaba impaciente su momento de protagonismo. En el mismo instante en el que explotó en el cielo, se oyeron los primeros llantos de Fermín, el bebé de Amaia. La fiesta ya era completa.  

LA MAGIA DE LA FIESTA

Amaia Ambustegui Lapuerta

Se sintió un poco ridículo metiendo el pañuelico en la maleta, y tentado por un instante a no llevárselo, aunque tampoco ocupaba tanto, así que…
Contento por un esperadísimo puesto en un prestigioso laboratorio; mohíno por tener que marcharse a una semana del chupinazo.
El año pasado se ligó a una parisina que pasaba su quatorze juillet en San Fermín. Se entendieron a la perfección, por el idioma y por una atracción física e intelectual, qué más se podía pedir. Él habló demasiado, muy peteuve con las fiestas, la comida y el pacharán. O estaba loquita por él o el alcohol hizo el resto.
El 6 de julio le pilló ya instalado en Bruselas. Salió un rato a la calle en el descanso del trabajo, y se descubrió nervioso, no como si estuviera en Pamplona, pero casi. Miró un reloj callejero, de esos que marcan también la temperatura, y con un mariposear de tripas elevó al cielo el triángulo de tela roja. Gritó “¡viva san Fermín!” y como un niño imitó un cohete, ¡chisss, pum! y con la emoción por poco no repara en un enérgico ¡viva! que pronunció a su espalda una reconocible voz: femenina, preciosa y parisina. La magia ya había empezado.
 

EN PAMPLONA

Miguel ángel Moreno Cañizares

Una noche de luna llena, el hombre se acercó al grupo que descansaba. Al verlo llegar, se alejaron todos menos uno, su favorito.
—Buenas noches, pequeño—, le saludó acariciándole la frente— pronto viajarás a un lugar maravilloso, donde conviven la fiesta y el arte.
Confiado, se aprestó a atender al amigo.
—Durante un lustro has pisado verdes dehesas, te has alimentado a capricho y entre hermanos creciste. Eres mandón y debes estar preparado para tu destino. No hace un año, uno de los nuestros asombró al jurado. Se llamaba Decano, quizá le conociste. Haz honor a su estirpe, sigue su senda, como hicieron otros, porque la gloria está ahí.
Con los ojos como platos, ni un músculo movía.
—Cuando llegue el día, te sentirás aprisionado, se oirán cánticos a tu alrededor y un sonido seco que asciende al cielo despertará tus instintos. Entonces corre, corre sin volver atrás. No estarás solo, pero solo de ti depende el triunfo. En dos minutos llegarás a la meta.
Emocionado, suspiró profundo, antes de concluir.
—Ve a la cita, Jandilla, y demuestra tu nobleza sin desdoro. Porque naciste bravo, toro, debes morir, incluso matar; porque naciste bravo, debes morir en la plaza. Y dónde mejor que en Pamplona.