Archivo por días: 23 de mayo de 2016


Rendez-vous chez Evaristo

Hace ahora más o menos un año, un amigo de un muy buen amigo mío celebraba una comida con otros amigos suyos en una sociedad gastronómica de la jarautera. Por lo que contaron, dieron buena cuenta de tres espectaculares besugos, aunque no faltó un pequeño homenaje a la carnaza con un par de chuletones para aunque sea untar el morro. La comida debió ser amena, ya que se levantaban de la mesa sobre las diez de la noche. A alguno se le apoderaron las escaleras, pero todos sacaron fuerzas de flaqueza para encaminar sus pasos hacia la Estafeta, donde pensaban reponer fuerzas, no en vano llevaban sin comer desde el mediodía. Así dieron con sus huesos en Chez Evaristo, conocido local local (valga la redundancia), y con más dificultades de las previstas, consiguieron que se les entendiera lo que querían. No atravesaban precisamente por sus momentos más lúcidos. Las palabras se les espesaban en la boca, y las risotadas empañaban cualquier amago de frase coherente que intentaban.

En esas estaban cuando apareció un vendedor ambulante de color. De color marrón muy oscuro concretamente. Automáticamente lo rodearon y comenzaron el clásico acoso tan de Pamplona al negro de los collares. Huelga reproducir la escena pues es harto conocida. Pero el caso es que en el fragor de la operativa comercial, una voz se elevó por encima del resto en el preciso momento en que todos, casualmente, acababan de terminar sus respectivas frases, de tal manera que se oyó limpio y claro:

«¡¡¡¡ Si el 10 de julio te presentas aquí a las cinco de la tarde te compramos todo lo que lleves !!!!».

Sonó fuerte, solemne, incluso bien vocalizado.

Las miradas de todos convergieron en un punto indeterminado de la cabeza del fantoche. El estupor inicial dio paso rápidamente al aplauso general, y quien más quien menos, todos estuvieron de acuerdo y fueron adornando la bilbainada con todo tipo de detalles. El negro parecía no entender demasiado bien, pero tomó nota.

Casi dos meses después, el calendario, como era de prever, trajo el 10 de julio. Alguno de aquella cuadrilla recordó la cita, pero todo el mundo dio por hecho que el susodicho vendedor no se habría enterado muy bien del asunto, o no se acordaría, o no estaría por Pamplona, o se habría dado cuenta de que no se trataba más que de una gansada de una tropa de borrachos un poco venidos arriba. Así que decidieron no personarse en Chez Evaristo ni a las cinco, ni a cualquier otra hora.

Pero, caprichos del destino, al acabar la corrida del día, dos de los amigos fueron a reponer líquido de frenos al Apartao. ¡Y allí estaba él! El negro trataba de vender su género sin mucho éxito, y en cuanto se cruzaron las miradas todos supieron que había pecado. Los aborígenes se ablanzaron sobre el africano y le abrazaron ostentosamente, y cuando le afearon el no haber aparecido a su cita, el negro contestó enfadado que él sí había estado a las cinco en el Evaristo.

Departiron un buen rato. Senegalés era el vendedor. Y en cuanto terminaran los sanfermines se volvía a Senegal tras cuatro años de periplo europeo. No le compraron todo lo que llevaba encima, pero sí hicieron una operación de cierta importancia de la que resultaron beneficiados todos los que en aquel momento disfrutaban de un merecido descanso en la terraza del bar. Y además, adquirieron un compromiso que esta vez sí que se cumplió, y fue el invitar a Seidou a comparecer cada día en ese mismo punto a esa misma hora para echar un frito y un agua.