Archivo por días: 30 de marzo de 2016


Chupinazo con sorpresa 2

Los sanfermines, los sanfermines….. solía decir con desdén. Pues ahí estaba. 6 de julio. 9 A.M. ¿Quién se lo iba a decir? La salsa de todas las fiestas conocidas y por conocer de Despeñaperros para abajo ampliaba fronteras y devolvía visita en rigurosa cortesía a su compañero de fatigas de la zona norte, radicado en la vieja Iruña.

Dosifica.

No le habían insistido en otra cosa. No sería problema, acostumbrado como estaba a beberse hasta el rocío mañanero.

Su colega lo introdujo rápidamente en la cuadrilla con dos pinceladas básicas: «éste es el tontolaba que hace lo mismo que yo en Andalucía», y «su mujer cree que estamos visitando a dos clientes en Huesca». Nadie pidió más datos. Nadie los necesitaba.

Engullendo los dos huevos fritos con ajoarriero que le habían adjudicado no pudo evitar un primer lamparón en la camiseta que le había prestado su amigo. Tiene cojones, pensó, venir a Pamplona a comer bacalao… La ensalada de tomate con queso en tres pisos le había parecido contundente, a pesar de lo cual repitió, estaba francamente buena.

A lo tonto, cayó la barra de pan. Al principio untado en yema o en abadejo, pero luego, por inercia, a palo seco, lo que hizo subir la media de botellas de sidra por barba a dos. Mal asunto para los de estómago sensible, las rayadas llegarían antes del mediodía.

Y de colofón, café, copa y puro. Hoy, en la era del marketing, a eso se le llamaría «la CCP», o «el triple doble». Los amigos de su amigo lo llamaron «un completo». Para la segunda copa se acostumbró a sostener en la misma mano copa y puro, pose señorial donde las haya. Se cercioró de que fuera un buen coñac, a pesar de lo temible de la mezcla con la sidra. Además, de postre había dado buena cuenta de unos canutillos de mantequilla con bien de chocolate por encima, y apuró la media copa de sorbete de mojito que la hermana del de su derecha no quiso terminarse.

Se levantó para estirar un poco las piernas y tuvo la necesidad urgente de liberar a Willy. Se sintió como el lobo de Caperucita, como si le hubieran metido tres sacos de áridos en la zona intercostal. A duras penas llegó al WC. No fue para tirar cohetes, y rápidamente fue consciente de que había dejado trabajo para más adelante. Al volver a la mesa, cuando el grueso del bolo alimenticio no había alcanzado aún la mitad de la etapa «boca de la cara  – boca del estómago», tuvo que enfrentarse al primer cubata de la feria, y sin haber dado tiempo ni a que los hielos perdieran la forma, al segundo.

En el camino hacia la plaza del Ayuntamiento tuvo que amorrarse varias veces a las botellas de Dubois que se iban abriendo, absorbiendo más aire que champán en cada acometida, y sin haber corrido un centímetro, le entró flato.

Ya en el Ayuntamiento se empezó a encorvar agobiado porque tenía la sensación de que el aire no le llegaba a los pulmones, sin duda comprimidos por las dos masas que los aplastaban: la del gentío y la del estómago dilatado por fuerza en todas las direcciones.

A pesar de sus esfuerzos por inhalar al menos una bocanada completa de aire, le costaba trabajo, y empezó a sentirse mareado tanto por el vaivén de la marabunta como por el sube y baja de su ingesta. Y finalmente, lo que tenía que pasar pasó. En una de las oleadas de movimiento descontrolado del gentío, un armario ropero de dos por dos se le vino encima, y, víctima también de sus pecados anteriores, eructó en sus mismas narices un compendio de efluvios en el que sobresalía claramente el de txistorra frita.

Automáticamente el escaso aire al que tenía acceso se espesó, adquiriendo una densidad nauseabunda que precipitó una arcada de récord guinness que no pudo contener. El armario ropero jamás podrá olvidar aquel chupinazo.