Archivo por días: 23 de abril de 2015


La fuga. 2

14 de Julio,
00:10 AM.
24º Temperatura perfecta.

Así debió parecerle a Minutón, al tomar la decisión de fugarse de los corrales de Santo Domingo. Una mano enguantada de blanco, descerrajando la puerta tras abatir al segurata facilitó la Fuga. Más la decisión fue tomada de manera unilateral por el jefe de la manada. Una vez tomada ésta, había que actuar con celeridad. No había tiempo que perder y sí cuentas que ajustar. Batallas bajo las cuáles dignamente morir.

Así se lo dejó claro a la miurada, al volverse a modo de despedida, descuartizando al manso de una certera cornada. En este viaje no hay compañeros que valgan. Se me quedan quietecitos y no me hagan mucho ruido.

El golpe con el que arremetíó la puerta Minutón, salinero y mortal llegó cual chupinazo nocturno a los oídos del Sargento Rastamaría, que descansaba su seboso culo, pies en alto, en el zaguán del Ayuntamiento. Haciéndose el sorprendido, salió en busca de Minutón, junto a su guardia personal. Una media sonrisa decoraba su rostro. Había llegado su hora.

No contaba con que iba a ver tanta gente en la calle. Los Sanfermines es lo que tienen. Imprevisibles. Por la cuesta gritos de terror y alaridos de la gente le auguraban la cercanía del Miura. Serio encierro, nocturno y provocado. Minutón se plantaba en las fiestas como una pesadilla, en su faceta más descarnada y temible. La de la superioridad que otorga una mole de 680 Kg. enfurecida contra una muchedumbre ebria y  asustada.

A la altura de la trasera del ayuntamiento se contaban ya por una docena los damnificados bajo la furia del astado. Desafiante le esperaba Rastamaría, encañonado de nuevo su Walter PKK. Más la violencia desesperada de la gente intentando huir de la muerte le hizo caer torpemente al suelo. El golpe seco al caerse contra el adoquín le hizo recordar que aún estaba vivo. Al girarse, estaba ahí Minutón, a escasos veinte centímetros. Casi le podía oler el aliento. No le dio tiempo más que para apretar una vez el gatillo.

Minutón, con extraordinaria velocidad y certeza le pegó un cornalón de los de antología. El asta, introducida quirúrgicamente por el pecho, le sobresalía cómicamente de la espalda. Las manos se agitaron unos segundos hasta que, con elegancia ancestral lo depositó Minutón en la acera, inerte y con la boca abierta.

Fue entonces cuando Minutón, herido de bala, ciego de rabia y sediento de justicia. tomó la decisión de girar sus cuartos traseros y cuernos infinitos hacia la siniestra, por detrás del Mercado y dirigirse al galope directamente al centro de la fiesta. El Burgo de la Navarrería.

(Continuará)